Un ciclista en Chamartín

Estación de Chamartín, 23 de julio de 2002 a las 22:20.

Me bajo tranquilamente del tren que me ha traído desde San Sebastián de los Reyes. Llevo la bici, con las alforjas, bajo el brazo derecho, agarrada por la vaina. Es la forma más cómoda de cogerla en vilo cuando va muy cargada. Tan solo hay que tener cuidado, al cogerla o dejarla, de no flexionar la espalda sino las rodillas; vamos, que hay que hacer una reverencia y casi plantarse de hinojos.

Busco con la mirada la entrada subterránea más cercana para cambiar de andén y me dirijo a ella sin dejar la bici en el suelo. Oigo una voz detras de mí.

―¡Oiga!

Me doy la vuelta y veo a poca distancia a un vigilante de una empresa privada seguridad que me mira con expresión entre simpática y chulesca. Tiene los brazos cruzados.

―¿No sabe usted que no se puede llevar la bici en el tren?

Vaya, va a ser divertido. Respiro tranquilamente. Pongo cara de interesado en el asunto.

―Pues no, no lo sé… Lo que sí sé es que sí se puede.

―No se puede. Me extrañaría porque, siendo un transporte público como el Metro… y en el Metro solo se puede los fines de semana y los festivos.

Dejo la bici en el suelo, con la reverencia de rigor, pues la ocasión lo merece. Respiro.

―Sí: fines de semana y festivos, de 6 a 16. Sin embargo Cercanías tiene otra normativa: Tan solo existen restricciones en horas punta, depende de la línea y del sentido. Si quiere, antes de que venga mi tren, le acompaño a información y lo preguntamos.

El hombre empieza a flaquear, desvía la mirada.

―No sé, no creo…

Lástima que precisamente hoy me dejé en casa el folleto-tarjeta de Cercanías donde lo explica todo. Hubiera sido un golpe de efecto insuperable, ponérselo ante sus narices, con delicadeza.

―Ya le digo, solo hay unas pocas restricciones en horas punta. Por ejemplo, no se puede coger un tren que salga de Atocha antes de las 9 de la mañana.

―Claro, porque va hasta los topes…

Ya está a punto de rendirse. Falta adornar el final con tono solemne:

―Es más, incluso en horas punta se puede llevar la bici, siempre y cuando haya espacio, pues ante todo -sonrío con ironía- ha de primar la atención al cliente.

―No sé… me informaré, pero…

―Infórmese, infórmese. Es muy práctico para ir a trabajar; de eso vengo. ¡Hasta luego!

Me doy la vuelta sonriente y vuelvo a coger a Anacleta bajo el brazo para cambiar de andén. Parece que también ella se sonríe cuando la aúpo.

―No te rías, el hombre solo cumplía con su obligación. Lo que pasa es que nadie le enseñó cuál es su obligación.

Es una noche agradable. Quizá nos apeemos una estación antes para disfrutarla pedaleando.

Escrito el mismo día del suceso. Publicado en Ciclopedia (número 41, octubre-diciembre de 2002), el boletín de Pedalibre.