Citas de Ruth Berlau

Texto de la contraportada:

Este libro relata la historia de la mujer con la que Bertolt Brecht mantuvo una intensa relación de amor y de trabajo: la danesa Ruth Berlau. Cuando se conocieron en 1933, en el exilio de Dinamarca, la joven y bella Ruth Berlau ya era conocida como actriz, periodista y directora de un teatro obrero, fundado por ella. Pronto comenzó la relación entre ambos, que Brecht más tarde consideraría en sus relatos de Lai-Tu como paradigma del amor, «el amor como producción». «A partir de ahora te esperaré allí donde esté; siempre contaré contigo», le escribe Brecht desde Suecia, donde hubo de refugiarse con su familia ante la amenaza nazi… Y Ruth Berlau abandona esposo, trabajo, amigos y familia para acompañar a Brecht como amante, amiga y colaboradora a lo largo de todas las etapas de su vida, desde Suecia y Finlandia a la Unión Soviética y los Estados Unidos y, después de la guerra, a Suiza y Berlín. En los últimos años, debido al distanciamiento de Brecht, la relación sufre una fuerte crisis. Cuando este muere en 1956, ya sin su protección, el aislamiento de Ruth Berlau aumenta todavía más. La dirección del Berliner Ensemble se niega a seguir trabajando con ella, casi todos los amigos la abandonan. Su mala salud le obliga a ingresar en una residencia para perseguidos del régimen nazi. Allí muere en la primera noche, asfixiada por el fuego provocado por su cigarrillo. Era la noche del 15 al 16 de enero de 1974.

Es este un libro único que no solo refleja facetas privadas, desconocidas, de Bertolt Brecht, una de las figuras más destacadas de la cultura de nuestro siglo, sino que nos acerca a su obra y a su genial forma de pensar y de trabajar. Pero no es solo un libro sobre Brecht. Es, sobre todo, un libro sobre una mujer extraordinaria que vivió una época fascinante.

Extractos del libro en se que menciona la bicicleta:

El negocio del café marchaba viento en popa. Yo tenía una bicicleta y apilaba los paquetes de café en la cestilla. La gente me compraba el género porque lo vendía algo más barato que en las tiendas, aparte de que entonces yo era muy bonita. Me limitaba a llamar a los timbres de las casas y cuando salía alguien ponía en marcha todas mis dotes de persuasión. Así conseguí hacerme con un círculo de clientes estables que fue creciendo y creciendo. Algunos de ellos llegaban a comprarme de una vez hasta diez libras.

[…]

Entonces concebí el propósito de alejarme lo más posible de mi dentista. Así me vino la idea de escaparme en bicicleta a París. Y como para eso también necesitaba dinero me fui al periódico Extrabladet -la edición vespertina de Politiken, un periódico sensacionalista- y ofrecí a la redacción informaciones sobre mi viaje. Me dieron su conformidad y me prometieron veinticinco öre por línea. Luego comprobaría que me habían engañado, porque las informaciones sobre el extranjero se pagan mucho mejor. Pero entonces yo era una inexperta y aquel era además mi primer empleo periodístico.

Partí en mi bicicleta, llevando en el portaequipajes un saco de dormir y una mochila. Fue un recorrido aburridísimo, pero al llegar la noche me instalaba en un lugar e imaginaba lo que no había podido vivir durante el día. Yo era entonces muy romántica. Imaginaba, por ejemplo, que unos individuos me perseguían en coche por un bosque y a través de un campo y yo lograba escapar de ellos gracias a que les destrozaba de un disparo los neumáticos. No había noche que no imaginase una historia parecida. Aparte de esto me dedicaba a contar cuidadosamente las líneas de texto porque al precio de veinticinco öre por línea tendría que escribir mucho para sacar algo de dinero. No me imaginaba que esto acabaría publicándose. Sorprendentemente, en este punto era yo demasiado pesimista.

Antes de llegar a París se tropezó conmigo casualmente un periodista y me hizo una entrevista. Al día siguiente leí en la prensa francesa que «una muchacha danesa viene sola a París y en bicicleta desde Copenhague a comprarse un lápiz de labios». De esta manera fui recibida en palmitas al llegar a París y una vez allí se me rifaban todos. Todo transcurrió a la perfección en aquellos días maravillosos.

El regreso resultó tan tedioso como la ida. No ocurrió nada, nadie me persiguió, ni me violó ni hizo conmigo nada memorable. Sencillamente, no ocurrió nada. Así que no tuve más remedio que dedicarme a fantasear.

En el último artículo remitido por mí antes de mi regreso a Copenhague anuncié: «¡Estaré en la Plaza del Ayuntamiento a las diez de la noche!». Llegué puntual y me dispuse a encaminarme al periódico para cobrar mi dinero. Pero me fue absolutamente imposible llegar a la redacción. La plaza estaba atestada de gente, sobre todo de chicos de tahona, lecheros y voceadores de periódicos. Yo les dije que me dejaran pasar, pero ellos me replicaron: «De eso ni hablar». Pregunté que qué ocurría, y un muchachito me respondió: «Pasa mucho: ¡que esta noche llega Ruth!». Fui recibida como si hubiese dado la vuelta al mundo, me pagaron mi dinero y me di una enorme fiesta.

Al poco el diario Politiken me envió a Moscú. Antes de mi viaje yo no era comunista y vivía con burgueses. Una noche, creo que fue en 1930, jugaba al bridge con el director de Politiken y yo le dije de pasada: «No me importaría ver por mí misma qué está ocurriendo en esa Rusia. Me parece que voy a ir también en bicicleta». A lo que replicó el director: «Vete mañana temprano: te daremos mil coronas por día». ¡Así como lo cuento! Yo dije entonces: «Necesito un mapa no necesariamente detallado. solo un mapa para comprobar el rumbo». A lo que él añadió: «Todo estará listo, sal mañana». Partí al día siguiente a las nueve de la mañana. El viaje fue menos malo de lo que podría pensarse. En realidad Rusia no está tan lejos. No hacía falta pedalear para cruzar Suecia, porque para eso estaba el tren y no había más que meter en él la bicicleta. Gracias a eso se llega con notable rapidez a Estocolmo. Allí una puede alojarse en el lujoso Grandhotel. Aunque se me vio llegar en bicicleta se me proporcionó, como a cualquier otro cliente, nada más entrar, un baño y un masaje. Luego embarqué rumbo a Turku, en Finlandia, y a continuación proseguí viaje a Helsingfors. Allí fue donde empezaron las dificultades. […] Ya en la frontera me limité a quedarme sentada en mi bicicleta. solo sabía una frase en ruso: «Por favor, indíqueme el camino de Moscú». Todavía la recuerdo. En Moscú llegué a aprender una palabra más: «Drug», amigo. En todas partes no encontré más que atenciones para conmigo. […] Me quedé tres meses en Moscú. Efectivamente, regresé en avión, pero mi vieja bicicleta, antiquísima, me acompañó en el viaje de vuelta. «Tienes que llevártela -me decían mis amigos soviéticos-, tiene que ir a parar al museo». El viaje resultó bastante accidentado. Recuerdo que tuvimos que realizar un par de aterrizajes de emergencia, pero al fin conseguimos llegar prodigiosamente al aeropuerto de Copenhague. En bicicleta me dirigí directamente desde el aeropuerto a la central del partido comunista. Entonces dije a un señor que había por allí: […]