Tienda de campaña artesanal
Presentación
Las primeras lluvias de setiembre de 2007 no tuvieron dificultades para entrar en mi veterana tienda de campaña Quechua. El material del techo estaba ya cuarteado, descolorido y encogido por el largo uso (más de 800 días montada desde abril de 2003) y a pesar de las diversas soluciones probadas, la falta de arco trasero hacía inevitables las arrugas en las que se acumulaba el agua. Planeaba un viaje de un par de semanas al cabo de dos meses e iba a necesitar la tienda. Tenía que pensar una solución para alargarle la vida, o bien construir otra.
Por fortuna apareció un tesoro más entre lo que los demás desechan: una antigua tienda de campaña de tipo canadiense, de la marca Safari, con algunos desperfectos. Unos amigos la rescataron de un contenedor, pensando con razón que podía ser de utilidad. Más que eso, podía ser mi solución: La tienda necesitaba un buen lavado, le faltaban la puerta y los palos y tenía un pequeño agujero en un lateral del tejido exterior. Los materiales parecían de buena calidad y estar en buen estado de uso. Manos a la obra.
Construcción del exterior
Tras varias sesiones de jabón convencional y cepillo de raíces, posterior aclarado bajo la lluvia y secado al sol, el exterior de la tienda perdió la mayor parte de su tacto pringoso y pude ponerla en pie con ayuda de dos cañas, unas cuerdas y unas piquetas.
En la fotografía se ve la abertura de la tienda, donde había estado la puerta que faltaba. detrás, la tienda Quechua.
Nunca había visto una tienda así: El habitáculo, de lona naranja, estaba cosido por su parte inferior no solo al suelo, como es habitual, sino también al tejido exterior. Todo formaba una pieza y por ello la tienda era muy incómoda de manipular (los lavados habían sido muy laboriosos).
No hubiera sido imposible arreglarla: construir unos palos nuevos no es difícil, y en el peor de los casos siempre se pueden comprar; el agujero del techo era muy fácil de reparar; lo más laborioso sería hacer una puerta nueva. Pero no necesitaba una tienda así, sino una mucho más pequeña y ligera. Y para empezar la transformación tomé unas tijeras…
Lo primero que hice fue separar las tres partes con las tijeras: el habitáculo, el suelo y el techo. Por curiosidad pesé cada uno: el suelo pesaba 1935 gramos, casi como mi tienda Quechua, que también está en la fotografía; el habitáculo pesaba 1125 gramos; el exterior pesaba 1025 gramos, a falta de la puerta que había perdido.
En principio solo pensaba aprovechar el exterior y construir el habitáculo adaptando el de la tienda Quechua. El suelo era muy resistente, totalmente impermeable y a prueba de pinchazos; tenía unos fuertes agarres de goma incorporados para las piquetas (parecidos a los soportes que llevan algunos botes neumáticos para los remos). Lo cedí para que sirviera para proteger materiales a la intemperie o para cubrir la caja de una furgoneta. La lona del habitáculo estaba en buen estado y tendría también su utilidad.
Con ayuda de más tijeretazos y una antigua máquina de coser Sigma, de las de pedal, esta pesada tienda iba a hacerse muy ligera y quedar lista para viajar en bicicleta.
Para convertir la tienda en una monoplaza cicloviajera había que ponerle palos de diferente altura; así, dejando la mayor altura solo en un lado, se reduce el peso y se mejora la resistencia al viento. Aunque la tienda estaba preparada, como todas las canadienses, para llevar los palos en el interior, sería posible ponerlos por fuera también. Para hacer las primeras pruebas usé cañas de diversas longitudes a las que afilé las puntas para que entraran en los agujeros del techo.
La primera cuestión era qué lado elevar más. El lado donde había estado la puerta desaparecida parecía el más adecuado para hacer la nueva y por tanto para ser el más alto. Pero solo tenía un respiradero. La parte posterior de la tienda tenía dos respiraderos. Pensé que era mejor que hubiera más respiraderos elevados que al nivel del suelo, para facilitar la circulación del aire. Por ello parecía también una buena opción elevar el lado trasero, abrir en él la puerta y cerrar el hueco dejado por la puerta original. Así quedarían dos respiraderos delante elevados y uno detrás cerca del suelo.
Pero la forma que la tienda adoptaba elevando más el lado trasero que el delantero no era buena: no permitía tensar bien la tela ni abrir fácilmente una nueva puerta, debido a la inclinación de la «pared».
Con el lado delantero más elevado que el trasero, la forma de la tienda era mucho mejor. Esa fue la opción que elegí, a pesar del inconveniente de los respiraderos. Siempre podría hacer respiraderos nuevos y tapar alguno de los existentes si fuera necesario.
La siguiente decisión que tomar era cómo estirar las «paredes» hacia el suelo, qué parte de ellas recortar y con ello qué forma darle a la tienda.
Tras varias pruebas cambiando la posición de los vientos y las piquetas vi que solo había dos combinaciones utilizables:
La primera de ellas se obtenía dejando la «pared» frontal vertical. Con ello el resto del tejido podía extenderse hacia ambos lados y el resultado era una tienda de forma poco habitual, en que había espacio para dormir tanto a lo largo como a lo ancho.
La segunda se obtenía fijando la «pared» frontal inclinada, formando un pequeño avance o porche. De este modo, el resto del tejido debía quedar más tenso longitudinalmente y la forma resultante era más convencional, como de tubo. Así solo era posible acostarse a lo largo.
En la fotografía el lado izquierdo de la tienda (que es el lado derecho de la fotografía) está tensado de la primera forma y el derecho de la segunda.
En esta fotografía también el lado izquierdo de la tienda (en este caso es el lado izquierdo de la fotografía) está tensado de la primera forma descrita antes y el derecho de la segunda.
La primera forma tenía más amplitud interior y el espacio parecía más versátil. Pero tenía un grave inconveniente: la inclinación de las «paredes» no era suficiente y además en ellas se formaban arrugas. Ambas cosas me hacían temer que el agua de lluvia entraría fácilmente con solo tomarse el tiempo suficiente.
La forma más convencional era menos amplia interiormente, pero mucho más segura ante la lluvia, lo que es más importante. Por eso la elegí.
Remetí dentro de la tienda todo el tejido sobrante alrededor y tomé medidas para saber por dónde había que cortar.
Antes de cortar se me ocurrió otra posibilidad: dejar el material sobrante unido al techo y coserlo para hacer el suelo, es decir, hacer una tienda de techo simple, cerrada como una bolsa.
La ligereza de una tienda así era tentadora, pero las desventajas eran muchas: el material del techo no estaba pensado para resistir la abrasión con que se enfrenta un suelo de tienda; probablemente la humedad calaría por contacto desde las paredes que escurren el agua hacia el suelo; el material no bastaba para hacer el suelo de la entrada, lo que obligaba a añadir una pieza de otra procedencia; una tienda de techo simple debe estar muy bien ventilada o de lo contrario puede ser peligrosa.
En la fotografía se aprecia el interior de la tienda, con una esterilla aislante y la lona sobrante de las paredes remetida.
Cortar los bajos sobrantes del techo y hacer un dobladillo al corte no fue difícil.
La tienda llevaba aros de plástico cosidos para sujetar a ellos los vientos. Al quedar cerca del suelo era posible usar estos aros para sujetar con ellos las piquetas sin necesidad de cuerdas. Pero necesitaba hacer tres enganches más: uno para el extremo posterior y dos para los laterales. Afortunadamente había aros de sobra en la tela desechada; ella me proporcionó también el material con que hacer las cintas que sujetarían los aros, como muestra la fotografía.
Monté la tienda para comprobar el resultado… Si hubiera cortado de menos podría arreglarlo sin dificultad y hacer un nuevo dobladillo; pero de haber cortado más de la cuenta la solución hubiera sido más laboriosa y hubiera dejado «cicatrices»: habría tenido que añadir un pedazo de tela. Pero todo parecía bien. La tienda empezaba a tomar forma.
Aproveché la ocasión para poner el palo principal (la caña provisional) fuera de la tienda. Era una idea que tenía desde el principio para ganar espacio interior. Sin embargo comprobé que no era eficaz: para sujetar el palo al suelo necesitaba usar tres vientos y tres piquetas adicionales y aun así el resultado no era tan firme como cuando el palo estaba dentro de la tienda.
Los tres nuevos enganches para las piquetas habían quedado estupendamente también. Con ellos era posible fijar el tejido al suelo dándole la forma adecuada.
Una vez comprobado que todo estaba bien, había que ocuparse de la puerta…
Construcción de la puerta
La puerta original faltaba. Quedaban solo unos pequeños restos de la cremallera y las marcas de su cosido. Por fortuna con la nueva forma de la tienda era posible usar una de las dos «paredes» delanteras como puerta. Para ello tuve que descoser y desarmar su esquina (pues coincidía con el lugar donde había estado una esquina de la tienda y constaba de varios pedazos de tejido que le daban la forma adecuada). Después cosí un parche recortado del material desechado, tras hacerle a su vez dobladillos al perímetro. Fue laborioso pero quedó estupendo: una «puerta» totalmente lisa, sin convexidades, y con los bordes rectos.
solo faltaba el sistema de cierre. Dado el buen resultado que me había dado el velcro con que susutituí la cremallera rota de mi tienda de campaña Quechua, ni me planteé poner una cremallera (que es más difícil de coser), aunque la del habitáculo de lona era aprovechable.
Había una pega: la pieza que iba a hacer las funciones de puerta (sostenida por la mano en la fotografía) estaba cosida sobre la que haría las funciones de marco. Así entraría el agua de lluvia, fuera cual fuera el sistema de cierre. Era necesario desmontar el ángulo superior de la entrada, donde se unen ambas piezas, y rehacerlo.
Construcción de los palos
Si la tienda hubiera tenido palos de aluminio habría podido adaptarlos fácilmente a las nuevas medidas; palos más antiguos de acero no me hubieran servido por su mayor peso.
Las primeras pruebas las hice usando cañas como palos, con las puntas afiladas para que entraran en los agujeros de sujeción. Pero al poco mejoré el sistema: Una caña fina, que cupiera en el agujero de la tienda, dentro de otra gruesa recortada a la medida adecuada. Seguía siendo una solución provisional, pero era eficaz.
Estado del proyecto
En noviembre de 2007 tuve que abandonar temporalmente la construcción de esta tienda. En el viaje de enero de 2008 me llevé la veterana Quechua, a la que le hice alguna «chapuzilla» más para evitar la previsible lluvia; como creo que su tejido exterior ya no aguantará mucho más, para el próximo viaje espero tener terminada esta.