El equipaje y la luz
Como atrapada en el hielo, como un pequeño Endurance casi cien años después, la bicicleta encuentra en cada mañana solo un deseo creciente de pronta primavera; un deseo de que, rodando otra vez por fin, de camino a algún lugar, cada mañana vuelva a ser siempre una mañanita nueva.
Una mañanita nueva, a las plazas de la ciudad dio brillo la luz de la lluvia alrededor de un paraguas y una sonrisa; y entonces allí estaban, sin más, tranquilas y dulces alrededor, todas las flores rojas y verdes, de ordinario tan huidizas, a menudo tan invisibles.
En unas pocas horas se marcharía por fin de mis manos y de mis brazos, muerto de frío, ya casi sin colores y sin tantos sabores, un largo e intenso año de agridulces asincronías; de conversiones en espuma; y de estar exactamente en ningún sitio. ¿Cuánto tiempo más se necesita para terminar de preparar el equipaje? Las lunas, los rincones, las escaleras, los vagones y la luz mejor esperan siempre por ahí fuera, por ahí lejos.
Para mirarse uno mismo desde fuera y desde lejos puede bastar un suave empujoncito: un bonito encuentro providencial y unas palabras que derrochen un poquito de necesaria luz, cálida y hechicera.