2009-07-08: De Paredes de Nava a Guaza de Campos

Paredes de Nava

Por primera vez en un viaje sentí que todo había terminado antes de dar la primera pedalada…

Había bajado la bici del tren y la había sacado a la puerta de la estación para prepararla. A la pareja de la Guardia Civil que pasó por allí en su coche todoterreno le interesó mi vehículo y se detuvo a charlar amablemente un rato conmigo. Se interesaron por el funcionamiento de la bicicleta y por mi ruta. Se despidieron deseándome suerte y oí que detuvieron el coche al otro lado del aparcamiento, a mi espalda, y lo mantuvieron con el motor en marcha; supuse que querrían verme arrancar para hacerse una idea de cómo funcionaba la bicicleta.

Soy un tardón para empezar a pedalear: me pongo las cintas reflectantes que sujetan las perneras del pantalón; me pongo el chaleco reflectante; me pongo el pañuelo en la cabeza, encima la gorra y encima el casco; me doy una pizca de crema solar en los pocos centímetros de piel que dejo al descubierto; me pongo las gafas de sol; me pongo los guantes de cuero; reviso las correas de las alforjas; echo un último vistazo al mapa…

Bicicleta rota

Por fin me subí a la bici, agarré el manillar y puse el pie sobre el pedal. La bici se derritió bajo mí de repente, cayó al suelo como un castillo de naipes. Me miré las manos; el manillar aún estaba allí, pero pesaba poco. Una fracción de segundo y comprendí: la potencia se había partido por el punto en que salía del tubo de dirección.

Me di la vuelta y avisé a los guardias, que esperaban dentro del coche, con un gesto con ambos brazos que quería decir: «Esto se ha acabado». Se acercaron en el todoterreno, bajaron y les expliqué.

No perdí el buen humor, pero mi primera idea no tenía mucha gracia: ¿a qué hora pasaría el primer tren de regreso? Recordé lo que me había costado unir la potencia al tubo de dirección y ya me veía intentándolo una vez más, con el inconveniente de que ya no me quedaban piezas apropiadas. Los guardias civiles fueron más prácticos y enseguida me sugirieron llevar la bici a un taller del pueblo donde pudieran soldármela. Me hablaron de dos talleres de coches; y del taller Alonso, en el polígono, que más probablemente estaría aún abierto a esas horas. Se ofrecieron a ir al taller a avisar al herrero y al rato regresaron, seguidos de la furgoneta de Ángel, quien tras echar un vistazo a la pieza rota me dijo que subiéramos la bici a su vehículo.

Bicicleta en taller

Este era mi primer viaje en bicicleta que no empezaba pedaleando sino de copiloto en una furgoneta, camino de un taller de maquinaria agrícola. Ángel estaba muy ocupado con varios trabajos entre manos; eran las cuatro de la tarde y aún no había podido salir a comer. A pesar de ello me dedicó su tiempo para reparar la bici y que pudiera continuar mi viaje. Desmonté la horquilla delantera y me ofrecí a limpiar también el tubo por dentro, para quitar los restos del vástago roto de la potencia. Fue laborioso: la pasta-pegamento que supuestamente debía haber evitado la rotura estaba adherida por todas partes y formaba un tapón que solo se fue deshaciendo con paciencia, martillazos y taladradora. Cuando el tubo estuvo limpio, Ángel construyó con el torno una pieza cilindrica maciza, de dos grosores, para que encajara con precisión, y a ella le soldó el brazo horizontal de la potencia. Finalmente taladró la nueva pieza para fijarla con un pasador elástico, un sistema que yo no había visto nunca. Aquello no se rompería nunca más.

Habían pasado cuatro horas. Dejé las pesadas alforjas en el taller y salí con la bici a hacer una pequeña visita al pueblo. Era la primera vez que estaba en Paredes de Nava. Por su relación con Jorge Manrique y su familia, me era un destino muy querido desde hacía tiempo. Pero el pueblo se me escapaba al atardecer: La avería de la bici y las horas en el taller no me animaban a quedarme. Sería otro día cuando pisara despacio las mismas calles que los Manrique; tal vez de regreso de León, tal vez en otro viaje. Regresé al taller para pagar a Ángel, recoger mis cosas y despedirme. Le agradecí su trabajo y le dije que me pasaría en un próximo viaje para que me ayudara a perfeccionar un par de cosas más en la bici, como la unión entre el manillar y la potencia, y el portabultos.

Si estáis en Tierra de Campos y tenéis algún problema «férrico» o «alumínico» con la bicicleta, acordaos de Talleres Alonso, en el polígono industrial de Paredes de Nava. Sus teléfonos son 979 170 713 y 646 653 003. Seguro que Ángel podrá echaros una mano.

Canal de Castilla

Había llegado a Paredes de Nava en tren pasadas las 15, y la dejaba atrás pedaleando pasadas las 20… Aún quedaba un par de horas de luz, suficiente para encontrar algún lugar donde pasar la noche. El Canal de Castilla, que me estaba esperando desde hacía años, me saludó a las afueras del pueblo y me detuve un rato a su lado. En todo el día no había comido otra cosa que un frugal desayuno antes de partir para tomar el tren; aproveché para comer algo de fruta. El camino que acompañaba el canal era una tentación; pero habría de ser en otra ocasión. Esta vez mi destino era León.

Estaba despertándose una fuerte brisa y la temperatura empezaba a bajar. Contemplando las tranquilas aguas del canal pensé que mi espíritu guardián había hecho un buen trabajo ese día, como acostumbra. La potencia de la bicicleta podía haberse roto esa misma mañana en Madrid, muy temprano, en una de esas veloces bajadas que hay camino de la estación de tren de Cercanías. Entonces puede que no hubiera bastado ni la destreza de Ángel para reparar el desastre, suponiendo que no me hubiera partido algún hueso también. Por primera vez desde que viajo en bicicleta me había enfrentado a una avería que no podía reparar solo, ni con los dos kilogramos de herramientas que suelo llevar. Me pregunté si mi espíritu guardián había tenido algo que ver también en que pasara por la estación el todoterreno de la Guardia Civil en ese momento; o en que Ángel estuviera aún trabajando en el taller a esas horas.

Los primeros 24 km del día, entre Paredes de Nava y Guaza de Campos, fueron también los últimos. Y fueron preciosos.

Frechilla

Una tranquila, solitaria, llana y recta carretera fue mi camino hasta Frechilla, mientras el sol bajaba para descansar. Pasadas las veintiuna y media estaba ya en Frechilla: la bondad de la carretera, las ganas de empezar el viaje y la ilusión de tener la bici reparada e irrompible me hicieran volar a ratos por encima de veinte kilómetros por hora, lo que para una bicicleta es una velocidad alta, pero más con treinta y tantos kilogramos de equipaje en las alforjas. La comodidad de las bicicletas reclinadas hace una gran diferencia.

Pero nada más llegar al pueblo supe que no me quedaría allí: atravesado por la carretera, no era nada acogedor; y la iglesia, cerca de la carretera, no tenía ningún soportal donde refugiarse. Quizá callejeando hubiera encontrado algún rincón adecuado, pero aún tenía tiempo para llegar a la siguiente población, Guaza de Campos, a solo cinco kilómetros.

Guaza de Campos

Guaza de Campos, silencioso y vacío, me recibió cuando ya empezaba a anochecer. Encontrara lo que encontrara en el pueblo, debería pasar allí la noche. Recorrí sus calles despacio y vi algún solar abandonado y resguardado que podría servir para montar la tienda de campaña, aunque nunca es la mejor opción en una población y el viento esa noche la hacía menos deseable. Desde la carretera había visto el campanario de una iglesia pero, como suele pasar, una vez dentro del pueblo era imposible verlo y había perdido la orientación. Es frecuente no encontrarse a nadie por las calles de los pequeños pueblos castellanos. Por suerte me crucé con un vecino que iba en bicicleta y gracias a sus indicaciones me evité unas cuantas vueltas para llegar a la iglesia.

Algunas noches sonrío pensando quién me mandaba no quedarme en el pueblo anterior. Otras noches, como esta, sonrío pensando qué buena idea fue continuar: La iglesia de Guaza de Campos era un palacio para el cicloviajero.

El edificio, grande, imponente, viejo y bonito, tenía delante un jardín silvestre. Su soportal era amplio, capaz de convertir la mayor tormenta en una bonita anécdota. Enfrente, al otro lado de la plaza, estaba el ayuntamiento. En la plaza había un cuidado parque infantil, una fuente y contenedores de residuos. No faltaba nada. solo encontré el pequeño inconveniente de que las baldosas del soportal eran tan antiguas y estaban tan desgastadas que formaban grandes socavones; pero siempre hay alguna forma de colocar la esterilla aislante para no despertar al día siguiente con la espalda abollada.

Mediciones de la jornada

Mediciones del ciclocomputador tomadas en la jornada
Lugar Hora Distancia Tiempo Media Máxima
Paredes de Nava 15:07 0,00 0:00 0,00 0,00
Salida de Paredes de Nava 20:15 ? ? ? ?
Frechilla 21:34 17,54 1:22 13,27 24,80
Guaza de Campos 22:15 24,73 1:58 12,92 24,80