2009-07-15: De Villalumbroso a Paredes de Nava

Villalumbroso

Villalumbroso

Uno de los mejores lugares para dormir que he conocido hasta ahora en mis viajes merecía una foto antes de partir. Este edificio de Villalumbroso hacía las funciones de teleclub (por las tardes entre las 19 y las 21:30, más o menos) y de consultorio médico, entre otras.

La panadera (la panadería era el único comercio que había en el pueblo) me había hablado la tarde anterior de otro lugar en que solían quedarse a dormir los viajeros que pasaban por allí en bicicleta: la parada de autobús. Las paradas de autobús en esta zona eran pequeñas construcciones de obra, cerradas y acristaladas, porque en invierno hacía mucho frío. Las había visto en varios pueblos durante el viaje. Cuando no estaban junto a una carretera o una calle transitada podían ser una buena opción. La de Villalumbroso estaba en una buena situación, pero el soportal del teleclub era mucho más cómodo y discreto.

Paredes de Nava

Cuando a uno de los guardas civiles que me atendieron en Paredes de Nava en mi primera jornada de viaje le conté que hacía tiempo que quería visitar el pueblo por mi afición a la obra de Jorge Manrique, me dijo que en la plaza había un monumento a Manrique; y también un museo. Hasta ahora yo solo conocía el monumento en el pueblo conquense de Santa María del Campo Rus, del que algún vecino me había dicho en su día que era el único en España; Y como algo similar a un museo potencial solo conocía las pequeñas instalaciones del Centro de Estudios Manriqueños, en el ayuntamiento de la misma localidad.

Así que este día entré en Paredes de Nava con la intención de visitar tanto el monumento como el museo de Jorge Manrique. El primero no fue difícil de encontrar, en la gran plaza de España:

Placa conmemorativa

En una esquina del conjunto escultórico había una placa conmemorativa que tenía todo el aspecto de haber estado antes en otro lugar, como después me confirmaron. El texto me llamó la atención porque no especificaba que el quinto centenario era de la muerte del poeta:

AL POETA
JORGE MANRIQUE
LA EXCMA DIPUTACION PROVINCIAL
Y
SU VILLA NATAL PAREDES DE NAVA
EN SU V CENTENARIO
1479-1979
PAREDES 6 JULIO 1986

Monumento

El monumento muestra al poeta sentado mientras escribe en un libro abierto que apoya sobre sus piernas. Me gustó que el autor no hubiera intentado copiar los rasgos del tristemente famoso retrato de Manrique, con cara de medio alucinado y anacrónicos ropajes del cinquecento, que circula por todas partes como si fuera auténtico (incluso en enciclopedias de prestigio), cuando es un retrato ficticio pintado tres siglos después de su muerte.

Por el contrario este Jorge Manrique me pareció que desprendía naturalidad y que contagiaba algo del espíritu de aquel fascinante siglo XV, puerta entre dos mundos.

Le hubiera preguntado muchas cosas. Le hubiera preguntado cuáles de los cincuenta poemas que hoy conocemos son realmente suyos; siempre he creído que alguno se habría colado inadvertido, sacudido por la fortuna entre las páginas de los cancioneros. Y cuántos otros escribió que no conocemos. Por supuesto, le hubiera preguntado si escribió él el poema O, mundo! Pues que nos matas y si, como se dice, lo llevaba consigo cuando lo hirieron de muerte. Le hubiera preguntado qué ocurrió realmente el día de su último combate, en abril de 1479 pues, a pesar de los varios testimonios que nos han llegado, sabemos pocos detalles sobre aquella escaramuza cerca del castillo de Garcimuñoz. Le hubiera preguntado si empezó a escribir las coplas antes de la muerte de su padre y luego las amplió. Le hubiera pedido que me contara aventuras del sitio de Montizón; y del de Uclés; y de cuando lo apresaron en Baeza. Ah, y le hubiera preguntado también, bajando la voz, si efectivamente nació en Segura de la Sierra, en tierra fronteriza con el reino de Granada, como parecía más probable, muy lejos de esta villa de Paredes de Nava. Le hubiera preguntado quién lo besó mientras dormía y quién logró escalar los muros de su fortaleza. Le hubiera preguntado muchísimas cosas más, sin parar, y hubiera caído la noche sin dejarse sentir. Pero toda esa curiosidad habría de quedarse como estaba; solo era posible compartir el silencio.

Monumento

Monumento

Monumento

Tras la escultura del poeta se levantaba la segunda parte del monumento, un mural con una alegoría de la muerte y unos versos de su obra maestra, las Coplas a la muerte de su padre:

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente
daremos lo no venido
por pasado.

Desde mi entrada al pueblo había preguntado a varios vecinos por el museo de Jorge Manrique y cada uno me había indicado un lugar diferente, pero sin mostrar ninguna seguridad; el último que me quedaba por probar era la impresionante iglesia de San Martín, que, tras su restauración, desde 2004 funcionaba como centro de interpretación de Tierra de Campos. Allí me dirigí empujando la bicicleta, con la esperanza de salir de dudas.

La puerta de la cercana ermita del Cristo o de la Vera Cruz estaba abierta de par en par y entré a visitarla. Estaba desierta. Me senté en un banco para congelar el tiempo un rato en silencio y ayudar a que las muchas impresiones acumuladas durante el pequeño viaje que ese día terminaba empezaran a sedimentarse.

En la pared frente a la puerta principal había un curioso azulejo circular que llamó mi atención y cuya inscripción me llevó unos segundos descifrar:

Azulejo

AQUI SE ECHA LA LIMOSNA DEL CHRISTHO DE LA CRUZ
LO IZO UN DEBOTO
AÑO DE 1714
PARA ONRA I GLORIA DE DIOS

En el centro de interpretación, el encargado me aclaró el misterio que me había llevado hasta allí: En el pueblo no había ningún museo de Jorge Manrique; sin duda sus vecinos se habían confundido con el museo de la iglesia de Santa Eulalia, que albergaba obras de Pedro y Alonso Berruguete, padre e hijo, ambos nacidos en el pueblo también en el siglo XV, y muy cerca de la cual, en la misma plaza de España, se situaba el monumento a Jorge Manrique.

En cualquier caso la visita al centro de interpretación mereció la pena, incluida la subida al campanario. Paneles, mapas, dioramas, objetos varios y una gran colección de maquetas de palomares, todo para mostrar la historia y las características de esta comarca histórica y natural llamada Tierra de Campos, que comprende zonas de las actuales provincias de Palencia, Valladolid, León y Zamora.

Fui al polígono industrial a saludar a Ángel, el herrero que me había arreglado la bicicleta una semana antes, el primer día de viaje. Se llevó una gran sorpresa. Le confirmé que lo llamaría antes de pasarme por aquí en otro viaje y que le haríamos un par de mejoras a la bici.

Caminé sin prisas hasta la estación de tren por la carretera que circundaba el pueblo siguiendo el trazado de la antigua muralla. Mientras caminaba cuesta abajo, me crucé con alguna señora en bici que pedaleaba cuesta arriba, tranquila y esforzadamente, camino de la piscina municipal. Estos pequeños detalles de sentido común, casi imposibles de ver en las grandes ciudades, me hacen no terminar de perder la esperanza en la especie; quizá aún no esté todo perdido.

La visión de Raimundo, un vecino que se interesó por mi bicicleta en la estación de tren y con quien tuve una larga e interesante conversación, no era muy esperanzadora: el pueblo, a pesar de contar con tren y con todos los servicios básicos, y de tener precios de viviendas mucho más bajos que las capitales, perdía cada año varias decenas de habitantes.

Subí al tren tras despedirme de Raimundo, de Paredes de Nava y de Tierra de Campos, esperando que este viaje no fuera el último por estas tierras.

Mediciones de la jornada

Mediciones del ciclocomputador tomadas en la jornada
Lugar Hora Distancia Tiempo Media Máxima
Salida de Villalumbroso 8:40 0,00 0:00 0,00 0,00
Paredes de Nava 9:20 7,75 0:33 14,11 22,80
Estación de tren de Paredes de Nava (tras toda la mañana visitando el pueblo) 13:30 12,62 1:31 8,80 22,80

Epílogo

El amable encargado del centro de interpretación de Tierra de Campos me había buscado entre los libros antiguos a la venta un ejemplar de Coplas a la muerte de Jorge Manrique. V Centenario, edición que la Diputación de Palencia había hecho en 1979 con las colaboraciones recibidas de gentes de todo el mundo para conmemorar con versos el quinto centenario de la muerte del poeta, por iniciativa de la Institución Tello Téllez de Meneses. Después de treinta años aún quedaba algún olvidado ejemplar en una caja, por dos euros, y no dudé en adquirirlo.

Antes de dirigirme al polígono y a la estación de tren de Paredes de Nava para dar por terminado el viaje me senté en un banco de la plaza de España, a la vista de la estatua de Manrique, y estuve largo rato hojeando el libro con fruición, leyendo aquí y allá sin ningún orden. Había un poema de Jorge Guillén, cuya reproducción manuscrita abría el libro; y uno de Miguel de Santiago, quien tal vez fuera el mismo autor de una edición de las obras de Manrique, de 1989, que yo conocía. No reconocí ningún otro nombre; salvo alguna otra posible excepción todos eran aficionados, pues tal era el sentido de la obra.

Entonces el libro se abrió por un pequeño poema firmado por Jesús Hilario Tundidor, de Zamora, titulado sencillamente 1440-1479, cuyos primeros ocho versos me dejaron totalmente indiferente y cuyos cuatro últimos me dejaron sin habla:

Castellanos oscuros de ataúdes y cielo:
bien os ama Guiomar.

Castellanos del sol y la noche y la tristeza:
por vosotros duelo ha.

En cuatro versos parecía resumirse una gran historia de la que muy poco sabemos y que siempre me intrigó. Y con ese plural solemne que no lo era, pues hablaba de un solo hombre; ese plural que parecía querer hacer a aquel solo hombre paradigma de aquel tiempo, de aquellas gentes y de aquel espíritu que las animaba.

Si en el pueblo en el que posiblemente (aunque improbablemente) naciera Jorge Manrique, sus vecinos, más de quinientos años después, lo confundían con los Berruguete, me pregunté quién recordaría aún a Guiomar de Meneses, la mujer que le inspirara, entre otros, aquel poema que empieza con Guay d'aquel que nunca atiende / galardón por su servir! y que encierra estos otros cuatro versos, que están entre mis preferidos de toda su obra de amor cortés:

Agora que soy ya suelto,
agora veo que muero;
agora fuesse yo buelto
a ser vuestro prisionero.

En el tren de regreso aún saqué el libro de la alforja varias veces para releer, incrédulo y admirado, aquellos solos cuatro versos, mientras la dorada Tierra de Campos, calmada y tranquila, corría sin embargo veloz al otro lado del cristal, al otro lado del sol y la noche y la tristeza…