2009-07-09: De Guaza de Campos a Castrovega de Valmadrigal
Guaza de Campos
Antes de partir por la mañana tomé unas fotos de la bonita y acogedora iglesia de Guaza de Campos y su entorno:
Un extremo del amplio soportal, con mi campamento medio recogido.
La fachada, flanqueada por los árboles del jardín. La bici está en el soportal, a la izquierda.
La iglesia vista desde la calle, tras los árboles del jardín.
El parque infantil de la plaza, y tras él el edificio del ayuntamiento.
De Guaza de Campos a Zorita de la Loma
El día anterior, en Paredes de Nava, mi primera intención había sido continuar por la carretera que llevaba a Villada pasando por Villalumbroso y Cisneros, en línea recta. Sin embargo, tras pedir consejo a Ángel y a algún cliente suyo que estaba en el taller, decidí dar un rodeo y tomar la carretera hacia Frechilla y Guaza de Campos, desde donde iría al norte hacia Villada. Me dijeron que esa ruta era más tranquila que la otra, donde había cierto tránsito de camiones. Paredes de Nava, Villada y Guaza de Campos formaban un triángulo sobre el mapa; en lugar de pedalear por su concurrida hipotenusa, pedalearía por sus tranquilos catetos.
Cuando puedo elegir tomo vías más pequeñas y más tranquilas, aunque la distancia sea mayor. El efecto de la distancia, como el del paso tiempo, es relativo: dos kilómetros de carretera con veloces vehículos pasando sin cesar a un metro de la bicicleta son mucho más largos y agotadores que veinte kilómetros por un camino solitario con la única compañía ocasional de algún pájaro. O eso creía yo, antes de saber lo que el día me tenía reservado a partir de Zorita de la Loma…
A veces lamento no poder visitar con calma cada pueblo del camino, pero si lo hiciera multiplicaría los días de viaje; La hora, el calor, el cansancio y el estado de mis reservas de agua y alimentos toman a menudo la decisión por mí. Por ejemplo, no paré en Boadilla de Rioseco, para no desviarme un par de kilómetros.
Pero sí paré en su ermita, que estaba a unos metros de la carretera. Un camino, hasta donde podía ver flanqueado por árboles y algún banco, la unía con el pueblo, lo que evitaba a los caminantes salir a la carretera. Tenía un generoso soportal, pero inútil para refugiarse: como cabía esperar de una ermita alejada de su pueblo y cercana a una carretera, una fuerte reja candada impedía el acceso.
A un lado de la ermita había unas mesitas y taburetes de piedra, en estado de abandono, pero que me sirvieron estupendamente para tomar un almuerzo y hacer algunas reparaciones en el equipaje.
La ermita de Boadilla de Rioseco no es un buen lugar para pasar la noche. He conocido sitios peores, y en caso de necesidad podría servir. Pero incluso detrás de ella cualquier luz sería visible desde la cercana carretera. Tras descansar allí cerca de una hora continué mi camino.
Tampoco entré en Villacidaler, pero lo fotografié desde la carretera porque me sorprendió gratamente su granja solar. No era la primera que veía en el viaje y no sería la última, en pueblos muy pequeños.
En las cercanías de Villada vi el primer cartel indicador del Camino de Santiago. Ya contaba con compartir parte de mi ruta con los peregrinos, pero lo que aún no podía imaginar era hasta qué punto el título de «peregrino» me iba a acompañar en mi propio camino: ¡Adiós, peregrino!, me decían. No, si yo solo voy de viaje a León, no estoy haciendo el Camino de Santiago. Al final terminaría por no dar tantas explicaciones y tan solo corresponder amablemente al saludo.
Sé que el Camino de Santiago se ha popularizado mucho en los últimos años, hasta la masificación, Pero me sorprende que viajar en bicicleta siga siendo una actividad tan desconocida en España. Así, la consecuencia era natural: para la mayoría de la gente con quien me crucé, ir montado en una bicicleta con alforjas era sinónimo de estar peregrinando a Santiago de Compostela.
Pero incluso en la segunda parte de mi viaje, desde León hasta Paredes de Nava, a pesar de ir en sentido contrario, seguirían preguntándome a cada paso si estaba viajando a Santiago (o dándolo por supuesto sin dudar). La diferencia es que entonces, a sus ojos, yo no solo era un peregrino cualquiera sino un peregrino despistado que se había perdido. Tentado estuve más de una vez de hacerme una gran bandera blanca con un rótulo carmesí que dijera No soy un peregrino, no voy a Santiago de Compostela. Pero me limité a seguir correspondiendo amablemente a los saludos
De Zorita de la Loma a Gordaliza del Pino
Antes de iniciar el viaje había consultado Google Maps y había descubierto un camino que atajaba desde Zorita de la Loma hasta Gordaliza del Pino, pasando por Melgar de Arriba. Los caminos rurales, las cañadas y las pistas forestales no suelen estar indicados en los mapas de carreteras. Por eso es bueno preguntar a la gente del lugar. A menudo es más agradable dar un lento rodeo por un camino que ir en línea recta por una carretera, acompañado de coches y camiones. Pero en esta ocasión todo eran ventajas: el camino atajaba en línea recta hacia el norte y me evitaba un buen trecho de carreteras.
Recorrer veinte kilómetros por caminos de tierra desiertos, silenciosos y sin una sombra, bajo un sol despiadado que caía verticalmente sobre mi cabeza, fue una buenísima experiencia.
Poco antes de llegar a Melgar de Arriba había otra granja solar que mereció unas fotos. Ese día los paneles fotovoltaicos sin duda estaban rindiendo al máximo.
El tramo entre Melgar de Arriba y Gordaliza del Pino fue el más largo, el más duro y el más difícil de seguir. En Melgar de Arriba había preguntado a varios vecinos para asegurarme. Todos me habían advertido varias veces de que no me desviara del camino principal, porque no estaba bien señalizado y era muy fácil perderse. Al principio no comprendí tanta precaución porque la pista estaba bien marcada en el suelo y en las intersecciones no había duda de cuál era cuál. Cuando horas más tarde debía de estar acercándome a mi destino al tiempo que la pista desaparecía de vez en cuando bajo mis ruedas, entonces comprendí.
A las tres de la tarde, tras apenas cinco lentos kilómetros desde que saliera de Melgar de Arriba, me dije que si no había sombra habría que fabricar una, pues si no descansaba un buen rato los siguientes kilómetros los tendría que hacer reptando y arrastrando la bici con una cuerda.
Hacía tiempo que tenía la intención de ponerle a la manta de emergencia unos enganches en las esquinas para poder sujetarla mejor y usarla como refugio. La ocasión era perfecta. La navaja, un poco de cinta americana para reforzar los agujeros y evitar desgarros, y unos pedazos de cámara de bici para hacer unas gomas elásticas. Tras las modificaciones resultaba muy fácil sujetar la manta térmica para hacer un refugio: por un lado al suelo con un par de piquetas de la tienda de campaña; por el otro a la bici.
Creo que me hubiera quedado toda la tarde en mi improvisada casita, hasta el anochecer. Incluso sentí pena por no poderle hacer un sitio a la enorme pulverizadora con ruedas que, inmóvil en el campo de enfrente, parecía luchar por no fundirse bajo el sol.
Gordaliza del pino
¿Cómo se llama este pueblo?, pregunté a los tres niños. Gordaliza del Pino, me dijo uno de ellos sin dejar de mirar mi bici. ¿De verdad? Pues aquí es donde quería llegar, sonreí aliviado. Realmente no estaba muy seguro de a dónde había llegado al fin. La pista se había perdido varias veces bajo los neumáticos; había tenido que hacer varios tramos exploratorios andando; me conecté a Google Maps con el teléfono pero, contradiciendo mi intuición, me indicaba un camino que me hacía dar un rodeo inexplicable y no le hice caso. Al final, por la posición del sol, supuse que aquellas casas que vislumbraba a lo lejos podían ser Gordaliza del Pino; y si no, al menos, darían algo de sombra.
El lugar donde estaban mis tres nuevos amigos, Víctor, Samuel y Tomy, con sus bicicletas, debía de ser el punto de reunión de los chavales del pueblo cada tarde, porque al rato vinieron unos más, y luego más, y luego más. Unos pocos eran del pueblo; los demás estaban veraneando. Al final había una docena y la mayoría quiso probar mi bicicleta; a pesar del cansancio los ayudé a dar una vuelta, sin soltarlos, uno tras otro.
Había allí un frontón, un parque con árboles y una fuente de agua fresca, todo un lujo para mí. Mucho mejor que mi improvisado refugio de un par de horas antes. Pero aún era pronto y había que continuar. Renové el agua de las botellas en la fuente. Los tres pequeños se ofrecieron a mostrarme el camino a la carretera principal. Les pedí que me guiaran antes por el centro del pueblo, para conocerlo. Así, con tres pequeñas bicis como escolta, di una divertida vuelta por Gordaliza del Pino. Éramos un grupo muy extraño que no podíamos no llamar la atención.
Hasta casi la carretera nacional me acompañaron los tres, mientras charlábamos de bicis. Tú eres el último superviviente, me dijo uno de ellos muy seriamente, tras interesarse por las cosas que llevaba en las alforjas. Me gustó mucho más el título de el último superviviente que el de peregrino que me ponían los adultos, con poca imaginación. Pero después de terminado el viaje se me ocurrió comprobar la imaginación de mi pequeño amigo y no resultó tal: El último superviviente era el título de un polémico programa de televisión, que estaba siendo emitido por el canal Cuatro, en el que un aventurero británico mostraba técnicas de supervivencia que varias asociaciones de conservación de la Naturaleza habían denunciado por engañosas, irrespetuosas y peligrosas, aparte de que había sido probado que el programa en sí era prácticamente un montaje. En cualquier caso el título me hizo recordar una novela que leí en la adolescencia, Soy el último. En ella un astronauta regresaba de un viaje espacial y descubría que toda la especie humana se había extinguido. En algunos tramos del trayecto entre Melgar de arriba y Gordaliza del Pino tuve una sensación parecida. Nos despedimos con unos apretones de mano ciclistas y les aconsejé que tuvieran cuidado por la carretera al regresar.
Antes de meterme en el estupendo arcén de la carretera nacional N-120 apoyé la bicicleta en las señales de tráfico y estuve un buen rato preparando el panel solar para cargar unas baterías durante el trayecto.
Me pregunté qué camino debía tomar para ir hacia León, pues la población de «Leon» me era totalmente desconocida. Si hubiera llevado un rotulador adecuado habría corregido el error. De hecho la tilde de Sahagún era un adhesivo, pero no un adhesivo cualquiera: era un material reflectante profesional; sin duda había sido colocado por el organismo de mantenimiento de la carretera. ¿Una campaña de corrección de la acentuación en las señales de tráfico? ¿Y por qué no habían puesto otra tilde sobre León? Aún pervive el mito absurdo de que las mayúsculas no necesitan tildes en español. Ninguna gramática dice tal bobada ilógica. Pero en las señales de tráfico, sobre todo cuando se viaja en bicicleta, aún se ven muchísimas patadas contra la lengua. No es lo menos triste encontrar nombres de poblaciones que uno no sabe cómo pronunciar porque es la primera vez que las lee y no están bien escritas.
Decidí seguir camino hacia «Leon», con la ortográfica esperanza de que se tratara de León.
Vallecillo
Por aquí solo pasa algún peregrino que se ha perdido, me dijo una de las dos chicas que salían de la iglesia; terminaban su jornada de trabajo en la restauración del retablo, lo que delataban todas las manchitas de colores sobre sus monos. Vallecillo tiene todo el aspecto de ser visitado solo por peregrinos despistados, es cierto. Silencioso, muy tranquilo. Me preguntó por la bicicleta. En esa bici harás buenas abdominales. Vaya que sí.
Descansé hora y media junto a la iglesia, en un callejón sombreado. Había que darle tiempo al sol para que bajara un poco. Aproveché para seguir recargando baterías con el panel solar y reponer fuerzas con algo de alimento y unos tragos de mi poción mágica habitual: un litro de agua, un par de cucharadas de miel ecológica, una pizca de sal y otra pizca de bicarbonato.
El tiempo se ralentiza y se estira, casi sin dejarse notar; es una sensación que acompaña siempre al viaje en bicicleta. Y el silencio, que es un bálsamo curalotodo.
Y si la dosis de bálsamo es excesiva en algún momento, basta llamar un instante a una amiga y pillarla, entre fiesta y fiesta, limpiando la nevera de su casa, lo que da mucha envidia: Qué no hubiera dado por meter yo también la cabeza en una nevera en ese momento. Derritiéndome a la sombra, me costaba creer cómo debían de ser estos parajes en invierno.
Adiós, peregrino, me saludó amablemente el mismo hombre al que, al llegar, le había preguntado por la iglesia. Sí: nada más llegar al pueblo le pregunté por la iglesia, no por una fuente ni por una tienda de alimentación; después me di cuenta de que eso no ayudaba mucho a mi campaña de imagen «Yo no soy un peregrino». El primer sitio que suelo visitar en cada pueblo es la iglesia, porque es donde hay mayor probabilidad de encontrar una sombra, un techo y un poco de tranquilidad. Siempre está bien saber qué hotel de mil estrellas hay, para otra ocasión, para otro viaje. Respondí al saludo con una inclinación de cabeza y una sonrisa, mientras empujaba la pesada bicicleta cuesta arriba, en dirección a la salida del pueblo.
Castrovega de Valmadrigal
A menudo lo sé: La posición del sol y mi cansancio me lo dicen: Aquí te quedas; aunque no haya un soportal, aunque no haya un buen rincón en una calle tranquila.
Esta noche sería Castrovega de Valmadrigal. Di el habitual paseo por el pueblo buscando algún lugar adecuado, pero no me esforcé mucho: fui derecho a la iglesia. La había visto desde lejos, desde la carretera; todo el pueblo está en un alto y la iglesia está en lo más alto. El soportal de la iglesia sería un palacio… pero estaba cerrado, como ocurre a menudo; nunca deja de sorprenderme el encontrar cerrada la puerta de una iglesia.
No iba a haber techo esa noche, pues. En el sorteo diario me tocó el banco de la acera. No era un lugar muy acogedor ni protegido. Pero tenía bonitas vistas; y un viento charlatán que parecía tener ganas de crecer. solo esperaba que no lloviese; desde cierta noche inolvidable en Carboneras de Guadazaón, hace más de año y medio, suelo preparar un plan para protegerme de la lluvia imprevista durante la noche. Pero esta vez no había fuerzas para preparar un plan; por suerte tampoco parecía haber nubes en el cielo.
En mi hotel de mil estrellas, mi cama sería mecida por el viento, que había terminado de envalentonarse según llegaba la oscuridad; acariciada por la media luz de una farola; y coronada por un nido de cigüeñas. A lo lejos rugía suavemente el motor de una enorme cosechadora que apuraba los últimos rayos de sol ayudada por sus potentes focos. Lo demás era silencio.
Mediciones de la jornada
Lugar | Hora | Distancia | Tiempo | Media | Máxima |
---|---|---|---|---|---|
Salida de Guaza de Campos | 8:30 | 0,00 | 0:00 | 0,00 | 0,00 |
Ermita de Boadilla de Rioseco | 9:30 | 8,81 | 0:46 | 11,97 | 26,20 |
Salida de la ermita de Boadilla de Rioseco | 10:16 | ? | ? | ? | 26,20 |
Cercanías de Villada | 11:05 | ? | ? | ? | 26,20 |
Zorita de la Loma | 11:45 | 21,47 | 1:55 | 11,53 | 26,20 |
Melgar de arriba | 13:14 | 28,42 | 2:35 | 11,32 | 26,20 |
Continúo tras levantar el refugio | 15:40 | 33,95 | 3:12 | 10,91 | 26,20 |
Cruce con la carretera entre Valdespino de Vacy y Sahagún | 16:00 | 36,05 | ? | ? | 26,20 |
Incorporación a la carretera nacional N-120, a la salida de Gordaliza del Pino | 17:20 | 42,62 | 4:13 | 10,46 | 26,20 |
Vallecillo | 18:10 | 45,91 | 4:35 | 10,53 | 29,50 |
Salida de Vallecillo | 19:42 | 46,81 | 4:46 | ? | 29,50 |
Iglesia de Castrovega de Valmadrigal | 20:43 | 54,36 | 5:23 | 10,63 | 29,50 |