2009-07-10: De Castrovega de Valmadrigal a Lorenzana

Castrovega de Valmadrigal

Banco

Es fácil dormir bien durante los viajes, pero muy difícil dormir lo suficiente. Aunque haya elegido un buen lugar, casi siempre tengo que esperar a que oscurezca antes de montar el campamento, para evitar visitas y tener un poco de intimidad. Y por la mañana el sol nunca va a dejar de hacer su trabajo nada más asomar por el horizonte. Y los pájaros. Y, si cerca hay una carretera o calle concurridas, peor.

Y aunque hubiera un eclipse solar al amanecer y los pájaros enmudecieran y todos los motores de explosión se averiaran, tampoco convendría levantarse mucho más tarde: siempre es mejor charlar con los vecinos madrugadores aseado y vestido, con el campamento recogido y la bici casi preparada para partir.

Al final el resultado es que es raro el día de viaje en que es posible dormir más de seis horas. Eso suponiendo que las seis horas no estén repartidas en periodos de quince minutos marcados por los campanazos del reloj de la iglesia, lo que me ha pasado muchas veces.

Fuente

La tarde anterior una vecina me había indicado que había un caño de agua fresca escondido tras unos árboles, en un terreno a los pies de la loma donde se levanta el pueblo. Si uno no sabe dónde está no es posible encontrarlo porque no es un lugar de paso. Era una agua estupenda para empezar una nueva jornada.

En camino hacia León

Acercarse a una gran ciudad en bicicleta produce una sensación de pérdida. Pérdida de libertad, pérdida de independencia, pérdida de tranquilidad, pérdida de silencio, pérdida de seguridad. Los vehículos con humeantes motores de explosión van a apareciendo poco a poco por todas partes, como si todos se dirigieran a la misma cita. Los pueblos ya no son tranquilos y silenciosos. Los campos de cultivo ahora son naves industriales. Las casas de pueblo mutan primero en chalés y poco después en bloques de pisos.

Carretera

En Mansilla de las Mulas encontré la mayor concentración de peregrinos por metro cuadrado de todo el viaje. Y por eso precisamente nadie me preguntó: Si ir en bici con alforjas ya me convertía en un más que probable peregrino, pasar de tal guisa por Mansilla de las Mulas borraba cualquier rastro de duda. Por todas partes a donde mirara había peregrinos de bici y alforjas o peregrinos de zapatillas y mochila, sobre todo en las cercanías del albergue. Me gusta más mi manera de viajar: me alegré de llevar conmigo todo lo necesario para el camino y no tener que desmontar el equipaje ni buscar aparcamiento para la bici ni tener que hacer ningún trámite para pasar la noche. Hice un descanso para comer y tuve una larga conversación con Ceferino, un saludable octogenario, ex camionero, que me contó muchas batallitas interesantes de su trabajo.

Viajando en bicicleta el tiempo siempre se estira todo lo que haga falta, porque el lugar a donde la bicicleta te ha conducido es el lugar en el que tienes que estar, sea la hora que sea y salga el sol por donde salga.

A partir de Palaquinos el camino consistió en ir atravesando pequeñas poblaciones residenciales, una tras otra, muy cercanas entre sí, por una tranquila carretera paralela a la vía del tren, que apenas se pierde de vista hasta Trobajo de Cerecedo, poco antes de entrar en León.

Puente

Lo que a veces no se estira tanto como el tiempo es el ancho de la calzada. El bonito puente de hierro del siglo XIX que hay entre Palanquinos y Vega de los Infanzones solo permite pasar un vehículo y tiene una longitud respetable. La mejor opción era cruzarlo pedaleando a la mayor velocidad posible para reducir la probabilidad de cruce con un coche. Por fortuna la carretera tenía muy poco tránsito.

Edificio

Tomé una foto de la estación agrícola experimental que el Centro Superior de Investigaciones Científicas tenía poco después de salir de Grulleros, porque me intrigó mucho en qué consitiría el experimento de estar regando por aspersión a las cuatro y media de la tarde una parcela de tamaño considerable en la que a vista de lego parecía no haber otra cosa que grama. Pero no dudo que hubiera una buena razón científica contundente, de esas tan propias de nuestra época.

León

Bajé de la bicicleta en cuanto entré en León. Tras un día de pedaleo por caminos y carreteras, no podía imaginar algo menos apetecible que ponerme a jugar al gato y al ratón con los automóviles y los autobuses en las calles de una ciudad desconocida. Y menos en una bici reclinada tan cargada. Mucho más agradable era la idea de atravesar la ciudad caminando tranquilamente por sus aceras.

Bicicletas

En el parque de Papalaguinda, junto al río, descubrí que también León disponía de servicio de alquiler de bicicletas. Eran bicis robustas, sin barra horizontal y sin marchas. Tenían un grueso enganche horizontal soldado al tubo de dirección, como una nariz, que encajaba en unos agujeros de la estructura que servía de aparcabicis. Así las bicis quedaban inmovilizadas. Para liberar una bicicleta había que usar una tarjeta magnética en el puesto de control automático. Sin embargo no vi información de dónde podía uno comprar la tarjeta ni cuánto costaba.

Cada vez son más las ciudades de España que instalan este servicio. El alquiler público de bicicletas es una de las varias maneras de ir transformando las ciudades de la jungla automóvilística en que las hemos convertido en un espacio para las personas, algo que nunca debieron dejar de ser. El cambio aún será lento porque el daño causado al permitir que las ciudades crecieran durante muchas décadas a la medida de las necesidades de los coches ha sido muy grande. Pero es un cambio inevitable. Es una cuestión de sentido común; y de supervivencia.

Tras un par de horas de paseo relajado, con algunas paradas para tomar algo o charlar con algunas personas que se interesaron por la bicicleta, llegué a la otra punta de León, a la salida por la carretera C-623. De nuevo tocaba pedalear.

Lorenzana

Ermita

La ermita de Lorenzana me esperaba delante del sol. Apareció de repente poco después de subir una fuerte cuesta inesperada bajo el puente de la vía del tren. El viaje, al menos el viaje programado, había llegado a su fin.

La carretera C-623 entre León y Lorenzana había sido dura. Durante diez kilómetros la compartí con muchos automóviles rugientes y humeantes, sobre un arcén que a menudo no era más ancho que el neumático, y con pocos lugares para parar de forma segura a descansar y refrescarme. Fue el tramo más tenso de todo el día.

Es sorprendente cómo en tan pocos kilómetros, de un lado a otro de la ciudad de León, cambia tanto el paisaje. Atrás queda la árida meseta y empieza poco a poco la montaña. Fue muy agradable sentir algo de frescor alrededor y tener a cada paso alguna sombra cerca.

Pero yo prefiero el paisaje propio de Castilla: llanura hasta el horizonte, parcelas de cereal, parcelas de girasoles y parcelas incultas; dorados, verdes y ocres; ningún ostáculo; largas rectas sin desniveles, hasta el fin del mundo. Ese paisaje me ensancha el espíritu, me hace sentir libre; no me importa si el sol abrasa o si no hay una sola sombra en kilómetros. Lo prefiero a las curvas en que no sabes si vas o vienes, a los subibajas que nunca sabes cuándo terminan… al menos para viajar en bici.

Mediciones de la jornada

Mediciones del ciclocomputador tomadas en la jornada
Lugar Hora Distancia Tiempo Media Máxima
Salida de Castrovega de Valmadrigal 9:30 0,00 0:00 0,00 0,00
Mansilla de las Mulas 11:50 22,67 1:49 12,73 25,20
Salida de Mansilla de las Mulas 13:09 24,63 2:06 ? 25,20
Palanquinos 14:16 32,27 2:37 12,59 25,20
Vega de los Infanzones 14:35 35,85 2:52 12,78 25,20
Grulleros 14:57 38,90 3:06 12,85 25,20
Salida de Grulleros 16:24 ? ? ? 25,20
Torneros del Bernesga 16:46 42,21 3:21 12,91 25,20
Vilecha 16:53 43,85 3:28 12,99 25,20
Trobajo de Cerecedo 17:11 46,71 3:40 13,07 25,20
León 17:27 49,49 3:51 13,20 25,20
Salida de León 19:45 54,53 4:59 11,38 25,20
Azadinos 20:12 57,54 5:17 11,33 25,20
Lorenzana 20:36 61,57 5:33 11,53 25,20