2009-07-13: De Chozas de Arriba a Matanza de los Oteros
De Chozas de Arriba a Villibañe
El amable anciano a quien pregunté en Chozas de Abajo no parecía muy seguro de que yo supiera a dónde quería ir. Yo quería ir hacia Mozóndiga, pero como eso me desviaba del Camino de Santiago, que en ese momento, allí mismo, seguían varias personas andando, el hombre no entendía a dónde pretendía yo ir en bicicleta con alforjas si no era a Santiago de Compostela… No, yo no soy peregrino, me tocó explicar una vez más. Al final aceptó la idea de que alguien en bicicleta con alforjas no se dirigiera a Santiago de Compostela, me confirmó la ruta a Mozóndiga y yo continué mi propio camino.
En Mozóndiga hay una placita muy agradable, con árboles, bancos y una fuente, en un cruce de calles junto a la carretera, imposible de pasar por alto. Parada obligada para almorzar y descansar.
El movimiento irregular que sentí en la rueda trasera al salir de Fontecha me hizo temer que la llanta estuviera dañada. Por fortuna era un simple pinchazo; y en la rueda trasera, que en mi bicicleta era más fácil de desmontar. Menos de media hora bajo una encina bastó para repararlo. Good morning (buenos días), me dijo un vecino que me miraba desde lo lejos, a la puerta de su casa, al otro lado de la carretera. Le devolví el saludo con la mano, sin lograr entender qué podría hacerle sospechar que el tipo ese que reparaba una bici rara bajo una encina era anglohablante.
Hace unos años me pasó algo parecido en un campin de la sierra norte de Madrid. Un vecino de tienda se dirigió hacia mí con un Where do you come from? (¿de dónde eres?). No sé si sería la gorra con orejeras (era época de frío y lluvia), o el pantalón con bolsillos, o las gafas redondas. Pero por algún motivo yo para él sin duda procedía de alguna tierra lejana y además era anglohablante. Cuando supo que yo era de Madrid perdió repentinamente el interés en la conversación.
Lo que tienen en común ambas anécdotas es que son síntomas de que viajar en bicicleta sigue siendo una actividad muy desconocida en España.
Al poco de ponerme en marcha después de la reparación, tras dejar atrás Pobladura de Fontecha, dos campos cultivados a mi derecha llamaron mi atención. La parcela verde estaba siendo regada por aspersores a la una de la tarde, bajo un fortísimo sol casi cenital. Es algo a lo que nunca me acostumbro. Mientras no me cueste dinero o pueda pagarlo, qué más da si derrocho y desperdicio, ese parece ser el lema del siglo.
Villibañe
Villibañe es municipio del ayuntamiento de Valdevimbre. Está dividido por un valle en dos pequeños núcleos: la parte antigua, barrio Morones, donde se encuentra la iglesia y la plaza; y Villibañe Barrio, de construcción más moderna.
La iglesia parroquial de Nuestra Señora de Morones está sobre una elevación del terreno, muy cerca de la carretera. Tiene un aspecto muy original, que me pareció muy bonito: Está construida con mampostería y ladrillo; y tiene algunas zonas de estilo mudéjar. Según leí después, fue consolidada en el siglo XVII.
Desde el punto de vista del cicloviajero, su amplio soportal la convierte en un buen lugar para descansar un rato en un día caluroso, como yo hice, o pasar la noche. Es un palacio en el camino.
Y casi termina el viaje sin una sola foto del piloto, como si la bicicleta marchara sola. Es una gran complicación hacerse fotos montado en la bici: hay que elegir un buen lugar, poner el trípode, mantener la bici de pie, situar la cámara, poner el automático, disparar, salir corriendo para montar en la bici, pedalear y esperar que los diez segundos del temporizador se cumplan justo en el lugar adecuado.
Con razón en la mayoría de las fotos que los cicloviajeros nos tomamos, mostramos la espalda a la cámara: es más fácil alejarse de la cámara pedaleando que ir corriendo a montarnos en la bici para acercarnos a ella.
Pero mucho más fácil que todo lo anterior es hacerse la foto sentado a la sombra…
De Villibañe a Matanza de los Oteros
Villamañán fue el lugar donde perdí los guantes… por tercera vez. Pero esta vez los dos. Regresé a la tienda de alimentación por si me los había dejado allí, pero no. Entonces recorrí las mismas calles que había pisado desde que entré en el pueblo, mirando al suelo, y los encontré. Por tercera vez había tenido suerte. Los guantes de cuero me permiten cambiar de plato sin mancharme ni herirme las manos; y no dejármelas pegadas en trocitos sobre el asfalto en caso de caída. Sin ellos, como sin casco o sin chaleco reflectante, siento como si me faltara una rueda de la bicicleta. El tercer intento de fuga de los guantes en pocos días era demasiado; tendría que inventar algo para cerrar mejor el bolsillo del pantalón.
Por lo demás, lamenté no callejear tranquilamente por Villamañán. Su impresionante iglesia del siglo XVII preside la amplia plaza Mayor, que está rodeada de soportales. Sin duda el pueblo merecía una visita. Pero al atardecer ya quedan pocas ganas de callejear, sobre todo por pueblos con cierta actividad y gente por las calles, como en este caso. solo hay fuerzas para mirar hacia el sol y calcular cuánto tiempo queda para encontrar un lugar adecuado donde descansar.
También espero que haya tenido suerte el hombre de origen marroquí que se detuvo en la fuente que hay a la salida de Villamañan a llenar con agua potable una garrafa que originalmente fuera de líquido anticongelante para coches y que aún mostraba claramente sobre la desgastada etiqueta una inconfundible aspa negra sobre un cuadrado naranja… Se lo advertí amablemente. Pero por más que me explicó que no pasaba nada, que había limpiado la garrafa con no sé qué ácido, y que además el anticongelante era casi como agua, no me convenció; aunque solo fuera porque sin duda el plástico con que estaba fabricado ese envase no era apto para uso alimentario.
La carretera entraba en Valencia de Don Juan con una pronunciada cuesta arriba. Me bajé sin dudar y continué andando. Tras kilómetros solitarios de pueblecito en pueblecito, de pronto caminaba empujando la bici sobre las aceras de una pequeña ciudad de casi cinco mil habitantes, con coches por todas partes y poco menos agitada que cualquier ciudad grande.
Sin duda Valencia de Don Juan encerraba muchas cosas bonitas e interesantes que ver, pero la dejé atrás con alivio en busca del silencio y la tranquilidad del camino.
La siguiente parada era Zalamillas, un pueblo muy pequeño y pegado a la carretera. Callejeé un poco, pero el único lugar mínimamente adecuado para descansar era un banco frente a la iglesia, no muy lejos de la carretera, y que en ese momento estaba ocupado por varios vecinos. Nada invitaba a quedarse. El sol empezaba a caer. Quedaban dos horas de luz. solo quedaba una opción: recorrer cuatro kilómetros más hasta Matanza de los Oteros.
Matanza de los Oteros
Cuando llegué a Matanza de los Oteros, una población de unos trescientos habitantes, no me veía con fuerzas ni ganas para continuar mucho más. Los trece kilómetros que quedaban hasta Mayorga me harían llegar de noche y eso no era un buen plan; los cincuenta que llevaba en los pedales ese día pesaban ya demasiado.
Un grupo de vecinos estaba reunido junto a la iglesia, que era lo primero que saludaba al viajero recién llegado. Parecía un edificio relativamente moderno. No tenía soportal. En el lado de poniente una pequeña placita con césped, bancos y una fuente, era un lugar ideal para descansar y contemplar la puesta de sol. En el lado de levante, un par de bancos sobre la estrecha acera, pegados al muro de la iglesia, ofrecían un mínimo refugio para dormir, ante un cuidado jardín de flores.
Unos años atrás (hacia 2001) la carretera C-621 aún atravesaba el pueblo. El desdoblamiento de la carretera lo había dejado tranquilamente apartado (a la izquierda cuando se circula de Valencia de Don Juan a Mayorga). Los vecinos con los que hablé lamentaban que debido a eso menos gente parara en el pueblo y que ya solo quedara un bar, de los varios que había habido en su día. Yo por el contrario lo que lamenté, en mi imaginación, era la imagen de un pueblo, como tantos, atravesado por los coches a todas horas, con su ruido y sus humos… Matanza reinaba sobre un alto, en silencio. La nueva carretera lo rodeaba allá abajo, muda, a sus pies.
En Matanza viví una curiosa anécdota telefónica. Fue el único pueblo de todo el viaje en que no había cobertura de Simyo. En algunos pueblos no tuve cobertura de datos, pero solo en Matanza de los Oteros no tuve siquiera cobertura de voz. Aunque no era imprescindible, quise hacer una llamada telefónica. Di unas vueltas por el pueblo, caminando con la bici, con la pequeña esperanza de encontrar una cabina. El único vecino con quien me crucé en mi paseo me informó de que el único teléfono público del pueblo estaba en el único bar del pueblo… Cuando pregunté en el bar por la posibilidad de hacer una llamada con monedas la chica encargada me dijo que no era posible. Le costaba muchísimo expresarse en español; por el acento y el aspecto debía de ser de un país del este de Europa. Me preguntó a dónde quería llamar para después decirme que solo se podía llamar a Valencia o a Baleares… Yo me pregunté si estaba soñando o en un programa de cámara oculta. El teléfono, colgadito de la pared, junto a la barra, parecía reírse de nuestro diálogo de besugos. No era un teléfono de monedas. Me sentía agotado y no tenía ganas de prolongar la interesante charla imposible. Le di las gracias y salí al aire fresco. Regresé a la iglesia empujando la bicicleta con las últimas fuerzas del día. Matanza de los Oteros: el pueblo con línea telefónica directa, única y exclusiva, quizá vía satélite, con Valencia y las islas Baleares.
Entre unas cosas y otras olvidé tomar alguna foto en Matanza de los Oteros. Ya me ha pasado más de una vez. Al menos el bonito y cuidado jardín que rodeaba la iglesia, mantenido por los amables vecinos, lo hubiera merecido.
Mediciones de la jornada
Lugar | Hora | Distancia | Tiempo | Media | Máxima |
---|---|---|---|---|---|
Salida de Chozas de Arriba | 9:00 | 0,00 | 0:00 | 0,00 | 0,00 |
Chozas de Abajo | 9:20 | 2,40 | 0:14 | 10,71 | 25,70 |
Mozóndiga | 9:56 | 7,79 | 0:40 | 12,25 | 25,70 |
Salida de Mozóndiga | 10:45 | ? | ? | ? | 25,70 |
Méizara | 10:58 | 10,23 | 0:52 | 12,33 | 25,70 |
Fontecha del páramo | 11:10 | 12,23 | 1:01 | 12,59 | 25,70 |
Prosigo tras reparar pinchazo | 12:42 | ? | ? | ? | 25,70 |
Palacios de Fontecha | 13:11 | 15,71 | 1:25 | 11,79 | 25,70 |
Villagallegos | 13:33 | 18,77 | 1:39 | 11,96 | 26,10 |
Villibañe | 13:47 | 21,23 | 1:51 | 12,10 | 26,10 |
Salida de Villibañe | 16:44 | ? | ? | ? | 26,10 |
San Esteban de Villacalbiel | 16:55 | 23,48 | 2:03 | 12,09 | 26,10 |
Villacalbiel | 17:00 | 24,21 | 2:06 | 12,14 | 26,10 |
Villacé | 17:18 | 26,85 | 2:17 | 12,36 | 26,10 |
Villamañán | 17:30 | 29,15 | 2:28 | 12,41 | 26,10 |
Valencia de Don Juan | 18:47 | 36,98 | 3:03 | 12,73 | 28,80 |
Salida de Valencia de Don Juan | 18:58 | 37,64 | ? | ? | 28,80 |
Zalamillas | 19:58 | 47,16 | 3:49 | 12,91 | 37,80 |
Matanza de los Oteros | 20:30 | 51,07 | 4:07 | 12,99 | 39,20 |