2009-07-14: De Matanza de los Oteros a Villalumbroso
De Matanza de los Oteros a Mayorga
Salí de Matanza de los Oteros muy temprano bajo un suave sol que apenas terminaba de desperezarse. Me esperaba la misma carretera C-621 de la víspera, llana, en excelente estado, recta, con muy poco tránsito y un buen arcén. Y cultivos dorados a ambos lados, hasta el horizonte.
Mayorga
Mayorga es una población de casi dos mil habitantes, con todos los servicios. Enseguida me pareció demasiado grande y agitada para dormir en sus calles; había sido un acierto pasar la noche en el pequeño y tranquilo Matanza de los Oteros. En los mapas de carreteras las localidades están marcadas con símbolos diferentes según el número de habitantes, pero a menudo no es suficiente para hacerse una idea de qué va uno a encontrarse.
Tras un paseo por sus calles y un almuerzo en la amplia plaza de España, tomé una foto de uno de los tesoros de Mayorga: el buzón conservado más antiguo de España, de 1793. Es un buzón para la recepción de la correspondencia del domicilio, del tipo de los que habían empezado a construirse apenas tres décadas antes. El buzón y la fachada donde se encuentra fueron restaurados en 2005.
¿Estás buscando el albergue?, dijo una voz detrás de mí, mientras me dirigía a la salida del pueblo. Me detuve y me giré. Era una mujer que parecía nerviosa o apresurada y que fumaba un cigarrillo. Lo primero que pensé era que se refería a un albergue de peregrinos. Pero me parecía extraño que Mayorga tuviera un albergue de peregrinos. No tenía. Tras intercambiar unas palabras, el misterio quedó aclarado. Ella era la responsable del albergue de indigentes del pueblo. Es que te he visto con las bolsas y…, me dijo sin gran apuro. Era una situación divertida. Lo que ella llamaba «las bolsas» no era otra cosa que mis alforjas artesanales. Por cortesía me interesé por el albergue, en el que acogen a personas sin hogar o familias necesitadas, aunque solo por una noche. Me pregunté qué ayuda supone una sola noche de acogida en una población tan pequeña donde no hay más donde elegir.
En pocos días me habían llamado «peregrino», «el último superviviente» e «indigente». En cierto modo los cicloviajeros siempre somos un poco de las tres cosas, aunque nuestro viaje sea corto.
Dejé atrás Mayorga bajo un sol que ya caía como metal fundido aunque faltaban dos horas para mediodía.
Pero el fuerte sol no parecía importunarle mucho al grueso paisano que al rato me adelantó en su desnuda bicicleta de montaña, vestido solamente con unas zapatillas, un pantalón corto y unas gafas de sol. Un par de horas después, con el sol ya cayendo verticalmente sobre nuestras cabezas, nos cruzaríamos de nuevo, esta vez de frente, y nos detuvimos a intercambiar unas palabras. Ya estoy acostumbrado, me dijo cuando le recomendé que se protegiera del sol, sobre todo a esas horas. No me pareció muy acostumbrado, ni a la bicicleta ni a las radiaciones solares.
Villalba de la Loma
A la entrada de Villalba de la Loma saluda la alta y solitaria torre de la que fuera iglesia de San Andrés. Junto a ella la bicicleta parecía un pequeño insecto, como se ve en la foto de la izquierda.
Un panel explicaba que una de las consecuencias del éxodo rural había sido el abandono de las iglesias, que desde entonces permanecían abandonadas y, en muchos casos, en un estado lamentable. Los ayuntamientos habían colaborado con otros organismos para consolidar las ruinas mudéjares abandonadas, para preservarlas o darles un nuevo uso que posibilitara su mantenimiento. De esta iniciativa se habían beneficiado las torres de San Andrés, en Villalba de la Loma; de Santiago, en Melgar de Arriba; de San Juan, en Moral de la Reina; de San Pelayo, en Villavicencio de los Caballeros; y de El Salvador, en Gordaliza de La Loma.
Sorprendentemente, el panel incluía una descripción textual detallada de la iglesia del siglo XVI, ya desaparecida, pero ni una sola imagen (no ya foto sino al menos dibujo o plano).
A la sombra de la torre descansé durante una hora; bajo los rayos de sol que la sometían a sitio feroz, el achicharrado panel solar siguió cargando baterías.
La entrada de la torre miraba hacia el pueblo, que estaba pegado a la loma, muy poco más abajo. Desde allí sería posible saludar a los vecinos que se asomaran a las ventanas de sus casas… si tan solo hubiera alguno. El pequeño soportal que formaba el arco de la puerta no era un refugio ideal para un cicloviajero pero podría servir en caso de necesidad.
Poco antes de irme me di cuenta de que acababa de empezar a salir agua por los agujeros de las mangueras que recorrían los árboles del jardín, delante de la torre. Me sorprendió muchísimo contemplar cómo se desperdiciaba el agua. Aquello era un remedo de riego por goteo que bien podría llamarse riego por chorreo: A falta de goteros suficientes, varios de los árboles recibían algo de agua de agujeros practicados en el tubo, los más de los cuales la lanzaban en cualquier dirección que el azar de la posición de la manguera decidiera, para formar charquitos caprichosos entre los árboles, que de nada servían. La mitad de aquella agua no estaba cayendo bajo los árboles que la necesitaban. Y además era exactamente mediodía: La mitad de toda el agua vertida sobre el terreno se evaporaría antes de producir ningún beneficio. No pude no pasar bajo la simbólica valla, un par de alambres, y tomar unas fotos. No era la primera vez que veía algo parecido en estos días; una de las impresiones que me llevé de este primer viaje por Tierra de Campos es que sus habitantes no eran cuidadosos con el agua.
De Cabezón de Valderaduey a Santervás de Campos
De Cabezón de Valderaduey parte una cañada que conduce hasta Santervás de Campos. Discurre más o menos paralela a la carretera que une ambos pueblos, pero lo bastante alejada de ella como para no verla ni oírla ni sentirla. Preferí ir por la cañada para variar un poco, aunque tardaría más. Con suerte encontraría alguna sombra y en cualquier caso siempre sería más agradable parar a descansar sobre la tierra del camino que sobre el asfalto del arcén.
Un vecino me confirmó el inicio de la cañada y me aseguró que era totalmente ciclable en verano. En invierno, me dijo, las lluvias la convertían en una pista de barro impracticable en varias zonas.
Por cierto, no hay que cruzar ningún puente. El de la foto anterior, con Cabezón de Valderaduey al fondo, tras los árboles, hay que dejarlo a la derecha girando a la izquierda poco antes de llegar a él. Por lo demás la pista es muy fácil de seguir.
Al cabo de unos seis kilómetros llegué a la ermita del Cristo de la Vera Cruz, perteneciente a la localidad de Vega de Ruiponce, con la que al parecer la unía una pista asfaltada que cruzaba la cañada poco antes.
Me sorprendió mucho ver una ermita totalmente vallada; en la parte superior de la verja había incluso una sección inclinada de alambre de espino, como si en lugar de una ermita aquello fuera una instalación militar o un presidio. Comprendo que haya quien tome una decisión así para evitar abusos y vandalismo de gente inculta o irrespetuosa; pero el resultado no deja de ser triste.
Santervás de Campos
Lo único que hay aquí que ver es la iglesia, me dijo la vecina que amablemente se ofreció a rellenarme el termo con agua fría de su nevera cuando le pregunté por una fuente, al poco de entrar en el pueblo. Esta vez no pregunté yo por la iglesia, para no contribuir a mi incómoda imagen de peregrino, sino que la iglesia vino a mí. Era cierto que no había mucho más que ver, pero merecía la pena verla. De hecho era imposible no verla. La imponente iglesia de San Gervasio gobernaba el pueblo desde lo alto.
El sol me hizo renunciar a tomar una foto del edificio y por poco me hizo renunciar también a quedarme allí mucho tiempo porque la explanada de baldosas que rodeaba San Gervasio era una sartén. Por fortuna el ayuntamiento, la Unión Europea o mi espíritu guardián habían previsto mi llegada y habían instalado un banco a la sombra. Un banco a la sombra y poco más hacen un perfecto campamento para cocinar, comer e intentar echar una siesta.
Sí, he salido a pasear al perro y bla bla bla… Te dejo, porque el perro se va a comer la comida de un peregrino que está aquí…, venía diciendo un hombre por el móvil, cuyo simpático perrito se le había adelantado, al olor de mi sémola hervida y mi aceite de oliva. ¿Pero dónde pones los pies?, me preguntó al rato de conversación, cuando se fijó en la bicicleta. Pues los pies en los pedales; las manos en el manillar; y el trasero en el asiento, dije muy serio, bromeando, acostumbrado a que al principio la gente no se imaginara qué posición había que adoptar en la bici. Me subí a ella para que saliera de dudas; y le escribí en un papel la dirección de Vivir en bicicleta, para que echara un vistazo a cómo estaba construida. Antes de despedirse me preguntó amablemente si necesitaba algo. No se me ocurrió qué podía necesitar que no llevara ya en las alforjas, aparte del banco a la sombra que tan eficientemente había sido instalado para mi llegada.
A la salida del pueblo me desvié un poco hasta la fuente que me habían indicado al llegar. Bueno, te dejo, que hay aquí un peregrino que bla bla bla…, venía diciendo un hombre por el móvil mientras se acercaba a la fuente. Por lo visto era el día en que me tocaba ser peregrino por asignación doble y telefónica. Si el Camino de Santiago sigue invadiendo de esta manera los territorios semánticos ajenos, llegará el día en que ya nadie dirá Voy a ir a comprar verdura y fruta en la bici sino Voy a peregrinar a por verdura y fruta.
El agua de aquella fuente al parecer procedía de una conducción abierta; tenía un olor entre químico y vegetal, y un cierto colorcito verde. Pero si un vecino recomienda una fuente no hay que dudar… Salvo, pensé después, si se trata de un vecino que solo está en el pueblo en vacaciones. La usé para lavar allí mismo algo de ropa y para rellenar la botella-ducha. Más tarde, cuando usé esa agua para lavarme en el camino, no sé si se me pegó el colorcito verde, pero el olor sí; y lo llevé conmigo hasta la siguiente fuente donde paré a repostar y lavarme, en Villalumbroso.
De Santervás de Campos a Villalumbroso
El resto del día lo hice por carretera. No había más opciones. Al atardecer, el asfalto caliente suele conducir más rápidamente a un lugar de descanso.
Pasé por Zorita de la Loma, que ya había cruzado en la segunda jornada de viaje, y por Villada. Así la ruta del viaje, sobre el mapa, empezaba a parecerse a un ocho muy deforme, construido con torpes líneas rectas; un ocho al que le quedaba un último trazo para completarse.
Entré en Villada para llegar hasta su estación de tren, tomar nota de los horarios y considerar la posibilidad de terminar el viaje allí mismo; o bien en la siguiente estación, Paredes de Nava, al día siguiente.
Tras varios días pedaleando por los caminos, pasar cerca de una estación de trenes regionales provoca la fuerte tentación de acortar el viaje… En la imaginación, la idea de dejar antes de lo previsto las incomodidades de la vida en ruta es muy tentadora. Cuando alguna vez he sucumbido a esa tentación, siempre me he arrepentido. No es exactamente arrepentimiento; es más una sensación de pérdida y de vacío, de haber perdido una oportunidad desconocida. Porque fuera del camino las comodidades son conocidas y previsibles; en el camino, por el contrario, todo es desconocido e imprevisible, incluso las incomodidades. Y, salvada la primera tentadora impresión que produce la visión de una línea de ferrocarril sobre el mapa, todo lo desconocido que la ruta siempre tiene para ofrecer es mucho más gratificante, incluidas las incomodidades.
Pero no hubo tentación que enfrentar porque no había más trenes ese día. Tomé nota de los horarios, para el día siguiente, y decidí mi plan, que era el mejor, con o sin tren: Pasar una noche más en ruta, dedicar la mañana del día siguiente a visitar Paredes de Nava como se merecía y tomar allí el tren de regreso a primera hora de la tarde.
La única duda que quedaba era si pasar la noche allí mismo en Villada, o en Cisneros, o en Villalumbroso, o en Paredes de Nava… o en algún lugar intermedio sin nombre. Aún era muy temprano para quedarme en Villada, y el pueblo demasiado grande para resultar acogedor para pernoctar en la calle. Además prefería que el amanecer me pillara más cerca de Paredes de Nava, para aprovechar mejor la mañana. Así pues, salí de Villada hacia Paredes de Nava, con la idea de pernoctar en Villalumbroso o, si no me gustaba, llegar hasta Paredes de Nava. Cisneros ni lo consideré porque no era una población muy pequeña y además pasé a su altura cuando aún quedaban más de dos horas de luz.
Villalumbroso
Allí tienes dónde comer y dónde dormir, me dijo una vecina, refiriéndose a Paredes de Nava. Es tan habitual como comprensible que la gente aplique los parámetros de un viaje en coche a un viaje en bicicleta: El viaje en coche suele consistir en ir de un lado a otro sin parar, lo más rápidamente posible; y en cada etapa pagar para alojarse y para comer. Así da igual llegar de noche. También es posible viajar en bicicleta de esa manera, portando mucho menos equipaje y gastando mucho más dinero; pero para mí no tiene ningún interés.
Viajar en bicicleta contando solo o principalmente con los propios medios obliga a ir a otro ritmo y a aceptar otras prioridades. Por eso, aunque algunas tardes haya tiempo de llegar al siguiente pueblo antes del anochecer, la lógica interna del viaje no nos lo pide; aunque en el siguiente pueblo haya toda clase de hoteles y restaurantes y distracciones, al espíritu del viaje le da totalmente igual porque no los necesita. Eso a menudo es difícil de explicar a quien no ha viajado en bicicleta.
Esa tarde la lógica interna del viaje no sufrió ninguna debilidad y el espíritu del viaje no sintió ningún antojo. Villalumbroso era perfecto para descansar; y a la mañana siguiente Paredes de Nava estaría a un corto paseo.
El lugar era tan bueno que tomé unas fotos para ilustrar cómo montar un pequeño campamento urbano:
Para hacer un campamento urbano seguro y confortable es recomendable elegir una buena esquina, para tener la espalda cubierta; y con buenas vistas, para controlar los alrededores.
Como siempre, conviene sacar de las alforjas solo lo que necesitemos en cada momento, y volver a guardarlo al terminar de usarlo. Así tardaremos lo menos posible en recoger en caso de cambio de planes o imprevisto.
Lo siguiente es procurarse un poco de intimidad, si el lugar no la proporciona.
Lo que en su día fuera el suelo de mi antigua tienda de campaña Quechua me acompañaba aún, con sus muchos parches de cinta americana, como protector del suelo de la nueva tienda o, como en este caso, para hacer una pared en un campamento urbano, con la ayuda de unas pinzas de tender.
Con este truco también nos aislaremos de la luz de las farolas.
Con ingenio y un poco de práctica es posible meter en un metro cuadrado el equivalente a una cocina, un cuarto de baño completo (con lavabo, ducha, bidé e inodoro), un fregadero, un lavadero y un tendedero.
Por supuesto, todo ello sin dejar un solo residuo ni una sola mancha en el lugar.
Pero normalmente no hace falta todo cada noche; a menudo una fuente, como había en este caso en la plaza, facilita mucho las cosas.
Y por último hay que recoger casi todo antes de dormir para que al amanecer, o antes si hay algún imprevisto, tengamos a mano solo lo imprescindible para ponernos en marcha y la bicicleta esté preparada para partir.
El inconveniente habitual de los campamentos urbanos es que los mejores lugares para hacerlos suelen ser también los más concurridos. Por eso normalmente hay que esperar hasta la hora en que los vecinos se marchan. En Villalumbroso, la docena de chavales que jugaban ruidosamente al escondite a mi alrededor, por toda la plaza, decidieron al fin, a las doce y media de la noche, que era hora de irse a sus casas. solo entonces pude terminar yo de montar el campamento y prepararme para otra noche demasiado corta.
Mediciones de la jornada
Lugar | Hora | Distancia | Tiempo | Media | Máxima |
---|---|---|---|---|---|
Salida de Matanza de los Oteros | 7:30 | 0,00 | 0:00 | 0,00 | 0,00 |
Mayorga | 8:45 | 13,49 | 0:47 | 17,48 | 37,20 |
Salida de Mayorga | 10:16 | 15,10 | 1:10 | ? | 37,20 |
Villalba de la Loma | 10:59 | 20,84 | 1:32 | 14,24 | 37,20 |
Salida de Villalba de la Loma | 12:03 | ? | ? | ? | 37,20 |
Cabezón de Valderaduey | 12:30 | 23,86 | 1:46 | 14,19 | 37,20 |
Pedazo de camino asfaltado, poco antes de la ermita del Cristo de la Vera Cruz | 13:33 | 29,31 | 2:18 | 13,34 | 37,20 |
Santervás de Campos | 13:57 | 32,57 | 2:36 | 13,03 | 37,20 |
Salida de Santervás de Campos | 16:54 | 33,39 | 2:49 | 12,48 | 37,20 |
Zorita de la Loma | 18:04 | 40,80 | 3:24 | 12,60 | 37,20 |
Estación de tren de Villada | 18:22 | 46,02 | 3:39 | 13,20 | 37,20 |
Cruce de Cisneros | 19:43 | 57,29 | 4:20 | 13,83 | 37,20 |
Villalumbroso | 20:25 | 65,91 | 4:49 | 14,26 | 37,20 |