2022-08-11: De Talavera de la Reina a Cervera de los Montes
Talavera de la Reina
16.16. El exterior de la estación de tren de Talavera de la Reina era un horno. Por suerte un pequeño emparrado en la fachada del edificio proporcionaba una sombra bajo la que hacer más cómodamente los últimos preparativos para iniciar el viaje.
La alforja derecha se había roto en el trayecto a la estación de tren. La bolsa con que la hice no podía soportar tanto peso en los puntos donde las correas tiran de la costura de la cremallera del bolsillo lateral.
Por suerte en el último momento antes de salir había añadido al equipaje algunos pulpos y correas de sobra, para emergencias. Un par de pulpos sirvieron para evitar que la rotura aumentara durante el viaje.
17.27. El oasis del emparrado invitaba a quedarse hasta que bajara el sol inclemente, pero eso hubiera retrasado mucho la partida. Tras comer, beber, revisar la bicicleta y asegurar el equipaje, no quedaba más por hacer que salir de la ciudad y enfrentar la carretera.
17.44. Tras empujar la bici cuesta arriba por la incómoda acera del puente que salva las vías del tren, la bajada conduce a la carretera CM-5100, aparentemente tan poco amigable como tranquila.
18.13. La bocacalle de la calle Aragón del polígono industrial proporciona una franja de sombra que durante unos minutos me sirve de refugio.
El edificio que hacía esquina no tenía actividad, parecía abandonado.
En su ventana había un cartel de «se alquila». Sobre la fachada podían verse los rótulos, en azulejos, de la empresa Alfar el Carmen.
En uno de ellos había una curiosísima errata, un error de pronunciación muy habitual pero que por primera vez veía escrito y, casi literalmente, grabado en piedra: «www.alfarelcarmen.con». Sí: «.con» en lugar de «.com».
La misma empresa entre sus actividades anunciaba «ROTULACIONES», y especificaba: «HERALDICA», «MONTERIAS» y «CLASICO», que riman estupendamente con «botica», «serias» y «perico». Como para fiarse de encargarles una rotulación…
Claro que el ayuntamiento de Talavera de la Reina tampoco se queda atrás en ingenio a la hora de inventar palabras: el bonito rótulo de la calle rezaba «ARAGON» en lugar de «ARAGÓN». Quizá se lo encargaron a Alfar el Carmen.
18.38. Un tranquilo camino de servicio de la autovía A-5 permite atravesarla sobre un puente.
El solitario camino permite dejar atrás la autovía A-5 para volver a tomar la carretera CM-5100.
La última reforma del reposacabezas para hacerlo desmontable (para que Urganda cupiera de pie en ascensores pequeños) parecía haber resultado bien en su día, pero al comenzar este viaje descubrí que por alguna misteriosa razón su posición se había atrasado. Apenas servía para apoyar la cabeza, lo que es muy útil tanto por comodidad como por seguridad. Hice un almohadillado adicional con el chubasquero y la toalla de viaje, pero apenas fue suficiente.
Pepino
20.01. Poco antes de llegar a las primeras casas de Pepino pasé por una curiosa zona semiurbanizada y desierta del pueblo, con calles cementadas, farolas y cipreses.
Había incluso solitarios bancos de obra, con el escudo de la población y el nombre del ayuntamiento en unos azulejos pegados al respaldo.
20.26. A pesar del enorme rótulo de bienvenida junto a la tranquila carretera que atraviesa Pepino, se corre el riesgo de no ver la fuente al pasar, pues está integrada y medio camuflada en él.
Camino de Cervera
20.45. Al inicio del camino de Cervera, que sube desde Pepino hasta Cervera de los Montes, un panel explica el sendero GR-63, también denominado senda Viriato.
20.56. Todas las fincas a ambos lados del estrecho camino de Cervera están inaccesibles, protegidas con vallas de alambre o muros de piedra. Parecía que iba a ser difícil encontrar un lugar donde tender la esterilla para pasar la noche.
21.26. Las pocas fincas que tienen muros de piedra salvables tampoco son una opción para dormir, porque la curiosidad de sus pacientes inquilinos vacunos se aviva en cuanto escuchan pasos.
21.34. Por fin, justo pasado un vivero y lindando con sus altos muros, aparece a la derecha un pequeño acceso a una finca, el primero con suficiente espacio para acampar discretamente fuera del camino.
El único rincón donde estacionar la bicicleta y tender la esterilla sin ser muy visible desde el camino y sin obstaculizar la puerta de entrada a la finca estaba en desnivel, era irregular, y solo una vieja, débil y rudimentaria verja de alambre lo separaba de un par de caballos que enseguida empezaron a ponerse nerviosos con mi presencia.
El intermitente ruido de los coches, que llegaba desde la ya cercana carretera, y el zumbido de una línea de alta tensión próxima no invitaban al descanso. Pero no sabía cuánto camino restaba hasta Cervera de los Montes, ni qué me esperaba en él, y la noche estaba a punto de caer. Había que acampar allí.
Al poco de anochecher, la música, el ruido y el jaleo que llegaban desde el pueblo, así como las campanadas de su iglesia, puntuales cada media hora, contribuyeron también a una larga noche toledana, muy apropiadamente.