Paseo de año nuevo
Alguien me contaba en cierta ocasión cuántas cosas había olido, visto, y oído en un reciente paseo en bici: el olor de la tierra, el piar de los pájaros, el aroma de la vegetación junto al camino, los colores de tantas flores sin nombre que competían por su atención, la compañía de la brisa, la presencia intermitente del sol entre las nubes… Era un camino que había hecho muchas veces antes… en coche. ¡Es que dentro del coche uno no se da cuenta de nada!, me decía con el entusiasmo de su reciente descubrimiento.
Encerrado en una burbuja de cristal y zumbido de motor, uno efectivamente no se da cuenta de nada. Anestesiado por los alienantes mensajes publicitarios, por la embrutecedora música repetitiva a todo volumen o por el sinfín de inútiles noticias de sucesos y desgracias que la radio escupe a la cara, auto -anestesiado, en fin, en los dos sentidos del término, el automovilista no ve ante sí mucho más que un pequeño pedazo de asfalto que se mueve a gran velocidad.
En bici todo es diferente. Unas pocas provisiones, las herramientas básicas para poder arreglar pinchazos, algo de ropa de lluvia por si acaso y un libro; es todo lo que hace falta en la alforja. Y también el aislante para tumbarme en algún rincón del bosque al atardecer. Salir a pasear en bici el primer día del año, temprano y sin prisas por los alrededores, pone en mi camino sonidos nuevos y colores nuevos… Y la misma basura nueva también.
Hace algo más de dos años, subiendo una pequeña carretera de media montaña, pedaleando entre pronunciadas laderas cubiertas de altos pinos, vi a lo lejos cómo dos tipos que acababan de aparcar su furgoneta en el arcén, con toda tranquilidad abrían el maletero y arrojaban su contenido ladera abajo. Parecía latas de pintura y restos de obra. Dudé si bajarme de la bici y tomar una foto, incluso anotar la matrícula, pero la cuesta era dura y aún estaban lejos. Justo cuando me acercaba lo suficiente terminaron el "trabajo" y se largaron, no sin antes de que uno le dijera al otro, señalándome: ¡Mira qué bici tan rara!
Me acordé de aquello al encontrarme en la carretera la primera basura de este nuevo año. El olivar contiguo estaba cuidado, labrado y limpio. Pero al parecer a los trabajadores que faenan en él no les supone ningún problema abandonar los restos de sus almuerzos en un canal de desagüe bajo la carretera: latas, tetra-briks, bandejas de poliestireno (corcho blanco), bolsas de plástico, botellas… Había restos de meses. Con mucha dificultad, pues el lugar era casi inaccesible desde la carretera, logré sacar en la misma foto parte del montón de residuos y parte de mi bicicleta.
A veces, cuando viajo en bici, aprovecho los descansos para recoger algún residuo que alguien "olvidó" depositar en el lugar adecuado, o incluso me bajo si se trata de algo demasiado llamativo. Al caminar con la bici al lado es más fácil. En ocasiones he llegado a llenar de envases abandonados una bolsa grande, y la he llevado sobre las alforjas hasta el contenedor de reciclaje del siguiente pueblo. Todas las gotas hacen el mar. En la mayoría de las ocasiones, por desgracia, hubiera necesitado una flota de camiones.