Alforjas artesanales para bicicleta reclinada (modelo 2)

En 1980, en su delicioso e inspirador libro Enciclopedia Ecotopiana, Ernest Callenbach escribía: «Teniendo en cuenta la cantidad tan variada de cosas que se pueden conseguir de segunda mano o buscando en lo que otros desechan, intercambiando objetos y servicios, o reparando aparatos viejos, no hay, en rigor, muchos artículos (…) que haya necesidad de comprar nuevos».

Pues buscando en lo que otros desechan encontré este pasado verano de 2007 todo el material con que construir las alforjas que necesitaba.

El experimento de la alforja hecha con un chubasquero terminó de convencerme de que una alforja con forma de sobre o de saco puede dar buen resultado.

Me propuse hacer unas alforjas con las siguientes características:

Afortunadamente, podía permitirme cualquier forma para las alforjas, pues esa es una de las ventajas de las bicicletas reclinadas.

Alforja con forma de saco

El material de la alforja es la tela de una sombrilla de playa rota que encontré tirada. Hay sombrillas de playa cuya tela es de un tejido similar al de los paraguas, que no es bastante resistente; otras, por ejemplo las usadas en los establecimientos de hostelería, usan una auténtica lona de algodón, gruesa y pesada. La que yo empleé era de un tercer tipo que no identifiqué: parecía tela de gabardina. El color original estaba comido por el sol pero el tejido parecía aún resistente.

El material disponible me dio las medidas: de la sombrilla saqué cuatro cuadrados de unos 60 centímetros de lado, más un margen para los cosidos y dobladillos.

Quien tenga nociones básicas de costura y sepa usar una máquina de coser no tendrá ninguna dificultad; los demás tendrán que aprender antes o pedir ayuda.

Para que el tejido no se deshilachara en las uniones, hice dobladillo doble. Los pasos a seguir son estos:

  1. Coser las dos piezas de cada alforja entre sí por tres lados (el cuarto es la abertura) en la misma posición que tendrán una vez terminadas.
  2. Cortar el borde exterior resultante a poca distancia del cosido, por ejemplo unos tres milímetros.
  3. Dar la vuelta a la bolsa.
  4. Coser de nuevo los tres lados, dejando un margen exterior suficiente para que el borde de unos tres milímetros que habíamos dejado sin recortar quede dentro.
  5. Dar la vuelta de nuevo a la bolsa. El borde del tejido habrá quedado oculto tanto por fuera como por dentro.

El lado superior de la alforja debe llevar un dobladillo especial que permita pasar un cordón de cierre. El procedimiento es sencillo:

  1. Hacer un dobladillo simple a todo el perímetro de la boca de la bolsa.
  2. Hacer un segundo dobladillo más ancho, que deje un canal como de un centímetro, y coserlo junto al cosido del primero. Este cosido del segundo dobladillo empezará y terminará hacia la mitad del lado exterior de la alforja, pero dejará un espacio de un par de centímetros sin coser, por donde se accederá al cordón.
  3. Meter un cordón. Yo usé un largo cordón de unas zapatillas deportivas. Los cabos deben salir por el hueco que dejamos en el segundo dobladillo.

Correas

También las correas que sirven de enganche al portabultos son materiales de desecho encontrados en la playa: sirven para agarrarse a ciertas tablas de surf infantiles.

Al principio probé a sujetar varios tipos de ganchos a las correas, plásticos y metálicos, pero tarde o temprano se rompían o deformaban. Al final opté por la solución más simple: anudar las correas al portabultos con nudos de tipo ballestrinque. Hacerlo así era más fiable, aunque un poco más laborioso para colgarlas. Por el contrario, descolgar las alforjas era muy rápido porque deshacer un nudo ballestrinque, con el cabo colocado a propósito para ello, es inmediato.

Las correas más gruesas, que van cosidas a la lona, servían de refuerzo para que las finas no desgarraran la tela.

Para poder usarlas como mochila, cosí a cada alforja tres lazos en su lado interior: uno mayor arriba, que se ve en la fotografía, a mitad de la anchura; y dos en las esquinas inferiores. Con ellos es posible sujetar fácilmente una correa de bandolera de las que tienen enganches en ambos extremos: una vuelta completa o un nudo por el lazo central y los enganches en los lazos de las esquinas.

Alforjas colgadas

El aspecto final era estupendo. La alforja izquierda pesaba 140 gramos y la derecha 135 (compárense con los 826 y 839 gramos de mis anteriores alforjas de la marca Lotus).

Sin embargo, al poco de empezar a meter el equipaje descubrí que la forma de sobre limitaba la capacidad. Para llevar menos equipaje puede servir, pero a mí no me cabían todas las cosas.

Alforjas colgadas

Además, con esa forma el punto de mayor capacidad era el centro de la alforja, lo que dificultaba acomodar el equipaje más voluminoso (tienda, saco, manta…) sin desaprovechar el espacio.

Lona para el fondo

Decidí reformar las alforjas poniéndoles un fondo. Una nueva sombrilla de desecho, del vivo verde de la cerveza Heineken, me proporcionó el material que necesitaba: una lona resistente.

Las piezas triangulares que formaban la sombrilla me sugirieron darle a las nuevas piezas frontal y trasera una forma triangular también. De ese modo evitaba las costuras de la sombrilla, me ahorraba el trabajo de partir y rehacer el canal del cordón y además centraba la mayor capacidad en la zona inferior, lo que convenía al alto centro de gravedad de mi bicicleta.

Descosí las dos piezas de la alforja por sus tres lados salvo cerca del canal del cordón. Les cosí en medio las tres piezas de lona verde (un rectángulo de 20 centímetros de ancho como base y dos triángulos para la parte frontal y para la posterior). Tuve que hacer el fondo en tres partes por las limitaciones del material original; de disponer de una lona entera mayor, es mejor recortar una sola pieza y así ahorrar costuras y ganar resistencia.

Alforjas con y sin fondo

Transformé una sola de las alforjas para probarla antes de transformar la segunda. La comparación confirmó las ventajas del cambio: mucha mayor capacidad, mejor acomodo del equipaje voluminoso y centro de gravedad más bajo.

Reforcé las costuras originales de la tela gris (las que unían las piezas triangulares de la sombrilla original) pues alguna sufría mucha tensión por el peso del equipaje.

Conclusiones

Tras añadir el fondo a ambas alforjas, estas pesaban 224 y 207 gramos, pero todo mi equipaje cabía sin problemas, incluso el aislante (doblado en lugar de enrollado).

Las alforjas llenas y con el equipaje bien distribuido no interfierían con las ruedas, aunque el portabultos no tenía «orejeras»; incluso sin los topes que hice en su día.

Mientras el tejido de la sombrilla gris hacía resbalar mejor el agua y se secaba antes, la lona de la sombrilla verde se empapaba fácilmente y tardaba más en secarse. Por ello se me ocurrió la idea de hacer unas fundas para proteger las alforjas de la lluvia o mejor modificar algo que ya llevara en el equipaje de modo que pudiera cumplir también esa función (por ejemplo, el poncho de lluvia o la manta térmica).

Con estas alforjas recorrí unos cientos de kilómetros y dieron buen resultado. El principal problema que tuve es que varias correas de sujeción se rompieron (en diferentes viajes) por el punto en que estaban cosidas a su alforja. La única reparación posible sobre la marcha fue coserlas de nuevo, lo que siempre es laborioso. Más práctico hubiera sido que la alforja llevara fuertemente cosidos unos enganches del mismo material a los que poder anudar las correas sin necesidad de hilo y aguja, o incluso unas cuerdas en caso de necesidad. Eso sería más versátil. Por otra parte, pronto sustituí el cierre de cordón por una cremallera, porque reducía mucho la capacidad de la bolsa al fruncirla.

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